Postales desde Europa


Carta virtual #1

9 de agosto de 2022

Hola desde Essen. 


Gracias por haberte sumado a estos envíos.


Desde niña amo escribir, mandar y recibir cartas.

Recuerdo que tenía una caja en la que guardaba mi colección de papeles de carta de Hello Kitty o las chicas super poderosas, de flores y de personajes de Disney. Eran papeles perfumados, y cuando escribía cartas para mandar a otros, me preguntaba si llegarían con el mismo olor. Tenía 4 amigas de la escuela : las había conocido en el jardín y vivian muy cerca de mi. Yo debía tener unos 10 o 12 años, y me acuerdo de la emoción que sentía cuando escribia para ellas o simplemente las intercambiamos.


Leer esa carta era un ritual. La habría con mucho cuidado, recortaba y guardaba la estampilla, agarraba el papel en mis manos y me sentaba en mi cuarto a leer las novedades de lugares lejanos o de ellas mismas, de personas que había visto una vez en mi vida. A veces venían acompañadas de fotos, y gracias a esas imágenes me transportaba por un rato a otros lugares. Cuando terminaba de leerlas, elegía alguno de mis papeles ilustrados y me sentaba a responder. Podía estar escribiendo durante horas. No sé qué les contaba, supongo que mandaba un reporte de mi mundo cotidiano: “Acá hay sol, ayer fui a un cumpleaños, quiero tener un perro pero no me dejan, te mando una foto de mi familia”, y cosas así.


Guardaba todas las cartas y postales recibidas en una caja que abría cada vez que me quería transportar a otros lugares a través del papel. Cuando empezó internet y todos nos creamos casillas de hotmail, apareció un híbrido:

los E-mails larguísimos en los que alguien te contaba acerca de su viaje, o las cartas tipeadas con las que te ponías al día con personas que no veías hacía mucho. 


Después vinieron los blogs, hace ya más de 10-15 años, y yo también me sumé al formato. En esa época todavía no escroleábamos en automático como hoy, al contrario: nos tomábamos el tiempo de leer posts largos como si estuviésemos leyendo el capítulo de un libro, aunque con la incomodidad de la pantalla a la que todavía no estábamos tan acostumbrados.


Internet era un lugar más silencioso, poco habitado. ¿Será que los primeros que usamos internet para expresarnos fuimos los introvertidos? Era un medio ideal para nosotros: podías compartir, ideas y pensamientos sin tener que levantar la voz ni llamar demasiado la atención. Después vinieron las redes sociales y, con ellas, el ruido y la velocidad. Aunque todo se aceleró de a poco, casi sin que nos diéramos cuenta. El contenido se volvió más visual y efímero, más “digerible”, los E- mails se volvieron cada vez más cortos, los blogs más retro, se acortaron las frases, se agrandaron las fotos y la pantalla se convirtió en un loop de videos.


Aparecieron los algoritmos, los cambios abruptos de reglas, y tuvimos que aceptarlos como si no hubiese otra opción, como si no fuese una decisión de marketing de unas pocas empresas. “Vos tenés que hacer me dijeron muchas veces, a lo que siempre respondí: “Pero a mí lo que me gusta es escribir”.


En junio de este año me tomé una pausa de varios meses de redes, después de unos años de estar muy activa. Sentía que le ponía demasiada energía a un contenido que se evaporaba en menos de 24 horas (con suerte, porque a veces no duraba ni dos minutos) y que quedaba enterrado en una galaxia muy lejana, tapado por otras novedades que también se autodestruirían en cinco minutos. Pero también sabía que al dejar de publicar estaba perdiendo el contacto con mi comunidad, con todas esas personas que, como vos y como yo, aman la escritura, los cuadernos, la creatividad, los viajes, los libros, los textos largos.


Pensé en volver a abrir un blog, pero me di cuenta de que no era el formato que buscaba. Quería algo más íntimo, más cercano, más directo: quería volver a las cartas (virtuales). Y quería también que esas cartas le llegaran a quien realmente quisiera leerlas, porque me cansé de tirar contenido al éter y rogar que el algoritmo se lo muestre a la persona indicada. Así que acá estoy, escribiéndote, y muy feliz de inaugurar estos envíos estos textos con olor a papel de carta. 


A partir de hoy, la primera semana del mes te enviaré una carta virtual en la que te contaré cosas relacionadas con escritura, creatividad, viajes, observación. Ojalá que estas cartas te sirvan como excusa para desconectarte por un ratito y disfrutar la lectura con un té, café, jugo, infusión o lo que más te guste tomar.


En esta época de hiperacelere, quiero volver a lo lento. Siempre me gustó viajar lento, y en estos últimos años también descubrí que me gusta la creatividad slow, la escritura slow, porque creo que a todos estos procesos hay que darles su tiempo. Hace unas semanas participé en un ritual del té japonés en Essen. Durante 20 minutos preparamos el té, le pusimos una intención, meditamos, le agradecimos y, mientras esperamos a que se enfriara, escuchamos la historia del bambú japonés. La semilla de bambú se planta y se riega todos los días. Durante los primeros cinco años, sin embargo, no pasa nada, en la tierra no aparece ni un brote. Pero en el quinto año, en un período de seis semanas, el bambú emerge y crece más de treinta metros. Durante esos primeros cinco años de supuesta inactividad, el bambú se dedica a generar un sistema complejo de raíces que le permitirá sostener el crecimiento que vendrá después. Y aunque su crecimiento por fuera de la tierra parezca súper acelerado e inmediato, no tarda seis semanas en crecer: tarda cinco años y seis semanas. Cada vez que empiezo un proyecto nuevo, pienso en el bambú.


Antes de despedirme, te dejo una idea: elegí algo a lo que quieras prestarle más atención durante el próximo mes y empezá un cuaderno temático. No tiene que ser un cuaderno muy grande, en realidad cuanto más chiquito mejor. Yo elegí empezar un diario de observación de la naturaleza y las personas, y varias veces por semana anoto pensamientos y sensaciones relacionadas con algún árbol o gestos de las personas que haya visto, con agua en la que haya nadado o con formas que encuentro en las nubes.


Gracias por leerme y hasta el mes que viene.


Contadoradebuenashistorias

Carta virtual  #2


7 de noviembre de 2022 

Alemania 

¡Hola desde Essen.


No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo. Acá estoy otra vez, sentada escribiéndote esta carta, preguntándome qué te voy a contar. Me gusta escribir estos textos porque me obliga a ser más consciente de lo que pasa durante mi mes. Trato de buscar un hilo conductor, un eje que atraviese mis días, y cada vez que hago este envío me pregunto de qué hablaré en el próximo, me digo que seguro no va a salirme nada o que va a ser una carta muy corta, hasta que me siento y veo qué pasa. Esa es la magia de escribir: solo descifro, ordeno y entiendo las cosas una vez que las pongo por escrito. Hace tiempo leí una frase que decía algo así como “solo sé qué pienso acerca de un tema cuando lo escribo”, y me siento muy identificada con eso. Escribir, para mí, es un acto de descubrimiento.


Este último mes no hubo viaje, no hubo mar, no hubo hackeo mental pero, ahora que miro para atrás (y que releo las anotaciones de mi diario), entiendo que en octubre viví los efectos retardados de todo lo que me pasó en agosto, septiembre. (Si esta es la primera carta que recibís y querés saber de qué hablo, podés leer la anterior). El viaje a Colombia me recordó cuánto me gusta viajar, pero sobre todo viajar lento, y nos ayudó a tomar la decisión de volver a hacer viajes como ese. No quiero vivir viajando otra vez, pero queremos tener la posibilidad de irnos durante unas semanas a otro lado y seguir trabajando online desde ahí. Así que, para eso, Jg. Organiza sus vacaciones para pasar más tiempo. El hackeo mental no solo me hizo llorar de frustración también me hizo entender que todo en esta vida tiene su momento (arreglarlo me costó lo mismo que un pasaje a Colombia o mejor dicho alejarme por cuatro semanas de mis redes),pero me llevó a escribir esto en mi diario: “Claramente hay algo que necesita su tiempo. Otra vez entré en mi momento de quietud, lo siento en el cuerpo, no es esto lo que quiero estar haciendo. No quiero perder tiempo en redes ni haciendo difusión de cosas ni arreglando webs ni haciendo gestiones, no quiero seguir poniendo mi energía ahí. Quiero escribir. Tengo que escribir. Necesito cerrar puertas y disminuir variables”. Y todo eso me llevó a la actividad que más practiqué durante octubre: marikondear y trotar.


Como en un efecto dominó post viaje/hackeo mental, apenas llegué a casa empecé a ordenar, vaciar, donar, soltar y hacer espacio. Doné bolsas de ropa, regalé cosas de cocina que no usamos, vendímos aparatos electrónicos (creo que ayuda que acá los espacios son muy chiquitos y no tenemos dónde guardar lo que no se usa). Y, además de hacer espacio en mi casa, hice espacio mental: solté las redes sociales (o, mejor dicho, me desprendí de ese peso de “tengo que estar en redes”), cerré mi agenda, mi computadora y disfrute de mi presente.


Cada domingo Jg y Yo vamos a trotar y me sorprendo de mis 6 kilometros diarios, solté mi celular y me enfoco a escribir y seguir aprendiendo Aleman, se siente bien tenerlo como disciplina. Cuando lo hago puedo ordenar todo en mi mente y volverme a enfocar. Esto del orden no es algo nuevo para mí. Toda la vida me gustó ordenar, clasificar, hacer tableros mentales de Pinterest, ver qué me sirve y qué no. De chica podía pasarme horas revisando y ordenando los cajones de toda la casa. Creo que es algo que me genera seguridad. es una actividad que me pone en estado de flow y me da placer porque veo resultados inmediatos. 


Cada vez que vuelvo de un viaje me pasa lo mismo: después de estar un mes o más con lo poco que me llevé en la mochila o la maleta, vuelvo a casa, veo todas las cosas que tengo y me pregunto para qué, por qué las compré, si en realidad no las necesito (excepto mis cosas de papelería, por supuesto, pero eso no cuenta). Desde mi primer viaje largo, en el 2020, cada vez que volví a reencontrarme con las cosas que había dejado atrás, regalé, doné o vendí como dos tercios de todo. Cuando me enteré de la existencia de Marie Kondo y de su filosofía del orden pensé: “Yo también podría ser buena en eso”, porque cada vez que me alojé en la casa de alguien, en el lugar del mundo que sea, le limpié y vacié mentalmente todos los estantes y rincones visibles.


El orden, además, me parece necesario para empezar algo nuevo, porque no se trata solamente de acomodar: ordenar también es sacar lo que sobra y hacer espacio para lo que va a venir. La primera vez que sali de colombia conocí a una mujer japonesa, y ella me dijo una frase que nunca me olvidé, aunque ya hayan pasado como 3 años: “Hay que dejar ir lo viejo para que pueda entrar lo nuevo” (como curiosidad, cuando me lo dijo fue porque también me había hackeado mentalmente). Cada vez que me cuesta soltar algo, me repito ese mantra. Hay que soltar. Al final nada nos pertenece. Y ahora que se terminó octubre y que miro hacia atrás, me doy cuenta de que haber hecho todo ese espacio, sobre todo el mental, me ayudó a escribir más.


Creo que ya te conté en una carta anterior que estoy trabajando en dos proyectos grandes de escritura, ambos muy distintos, uno muy desafiante (literatura infantil). Siento que por primera vez en mucho tiempo estoy escribiendo sin miedo y con disciplina, en el buen sentido de la palabra. Todos los días me siento y escribo varias horas. No me lo cuestiono. No procrastino (bah, mentira, a veces sí, pero es una mini procrastinación y aprendí a procrastinar journaleando, así que es como wini wini ). Lo disfruto. Me meto en mundos de ficción y me gusta pasar tiempo ahí. Y creo que haber hecho ese proceso de decluttering (gran palabra que no sé si tiene traducción exacta, pero significa deshacerse de lo que sobra) me devolvió mucha energía. Ya no me siento cansada todo el tiempo, tampoco me siento agotada con mi trabajo como hasta hace unas semanas, cuando hacía de todo menos lo que de verdad quería, que es escribir. Algo que me ayudó mucho fue, también, tomar la decisión de no poner mi energía en generar ingresos/resultados inmediatos, sino en escribir y apostar por mi trabajo a largo plazo (algo que por fin me puedo permitir en este momento de mi vida porque tengo ahorros, algo de ingresos pasivos y una pareja que me apoya). ¿Será esta una forma de slow writing? Creo que en realidad la escritura en sí es una actividad muy slow. Y escribir, también, se parece mucho a ordenar. Para llegar a lo esencial de lo que queremos contar, primero hay que acumular y después hay que reducir.


Te propongo un ejercicio para este mes. Hacé una mini búsqueda del tesoro por tu casa hasta que encuentres algún objeto que te llame la atención. Puede ser un objeto que usás todos los días, o uno que tenés de decoración, o uno que ni recordabas que existía. Vas a saber cuál es cuando lo encuentres. Ponelo frente a vos, miralo, recordá de dónde salió, quién te lo dio, dónde lo compraste, a quién perteneció antes, qué eventos vivió. Escribí, sin un orden particular, todo lo que se te venga a la cabeza acerca de ese objeto. Es decir, acumulá. Acumulá ideas, reflexiones, emociones, vivencias, preguntas asociadas a ese objeto particular. Después releé toda esa lista y fijate qué historia empieza a aparecer. Seguro que hay alguna. Escribila. Y no tengas miedo de recortar ni de soltar todo lo que no sea esencial a esa historia. Vaciá la habitación imaginaria y dejá solo lo importante. Si querés contame en los comentarios acerca de qué objeto escribís. Y, como paso extra, preguntate si ese objeto sigue siendo esencial en tu vida o si podés regalarlo, donarlo o venderlo para que tenga una segunda (o tercera, o cuarta) vida. Si te desprendes de él, escribile también una despedida.


Por último, te comparto una frase de Nan Shepherd que leí hace poco y que me gustó mucho: “I don't like writing, really. In fact, I very rarely write. No. I never do short stories and articles. I only write when I feel that there's something that simply must be written.” (“No me gusta escribir, la verdad. En realidad, casi nunca escribo. No. Nunca hago cuentos ni artículos. Solo escribo cuando siento que hay algo que simplemente debe ser escrito”). Dicho todo esto, te cuento que el domingo seguiré trotando y montando en bici y las semanas siguientes Yo seguiré en modo retiro de escritura. Estoy segura de que voy a tener mucho para contarte.


Te escribo dentro de dos meses porque tomare un merecido descanso.


¡Un abrazo y hasta pronto!

Contadoradebuenashistoria.


Carta virtual # 3
3 de marzo de 2023


¡Hola desde Essen!


Volví después de dos meses de no escribir estas cartas. Gracias por los mensajitos y la preocupación, está todo bien, solo necesitaba hibernar y descansar un poco. ¿Cómo estás? ¿Qué tal empezaste el año? No puedo creer que ya estamos en marzo, siento que la cena de Navidad fue ayer (como mini update a mi última carta, la de diciembre, Acá los días empiezan a alargarse y vemos más el sol, aunque sigue haciendo frío (de -1 a 5 grados), pero a los días soleados se lo perdono. Pronto empieza la primavera, la época de salir a explorar otra vez, de oler las flores, de dejar las bufandas (espero). Me propuse caminar al menos 8  km al día así que hace unos 3 meses que estoy saliendo a pasear todas las tardes, y me ayuda mucho a reconectar con la ciudad y a ver la transición lenta entre invierno y primavera. Tengo tantas cosas para contarte… Pero voy a ir de a poco y me guardo algunas novedades para las próximas cartas, sino esta se va a hacer interminable.


Pareciera que en marzo se reactiva la vida (laboral) porque me acabo de enterar de que dos proyectos en los que estuve trabajando mucho el año pasado se lanzan ahora en unos meses. Ambos están relacionados con dos de las cosas que más me gustan: el periodismo y la papelería. Uno es la creación de mi Pagina Web contadoradebuenashistorias.de  que llevo realizando desde septiembre del año pasado; y el otro es mi primer libro  que estoy haciendo desde hace más de 3 años. Pero voy a ir en orden cronológico: primero te cuento acerca de mi página web, que ya se encuentra disponible para que la visualicen y le den mucho amor  y después acerca de mi primer libro, que estará disponible si todo se da desde Junio de este año.


La página web es un producto tan hermoso que no puedo creer que sea real. En resumen: Son mis historias, mi primera pasión. Es una cajita de sorpresas  hecha  página web, que incluye fotografías, Graffitis, cartas y demás para que, justamente, lo uses y no quede archivado para siempre en el cajón de las cosas lindas que nos da pena usar. Hace años quería hacer un producto así, pero no sabía muy bien cómo concretarlo. La idea apareció después de escuchar una y otra vez frases como: “No sabés, que escribes muy bien” Pareciera que muchas veces la escritura se termina convirtiendo en esa vajilla de porcelana que se guarda para ocasiones especiales, como la visita de alguna reina, y queda juntando polvo en un mueble durante años. Ojo, a mí también me pasa que a veces me compro papeles, libros y  cuadernos tan lindos que me da pena usarlos, pero en general trato de recordar que los cuadernos y papeles están para llenarlos, y me digo que un proyecto en blanco no es algo que me haga feliz (o algo así). ¿Por qué sentimos que no estamos a la altura de algo lindo? ¿Será esta también una forma del síndrome del impostor? (más sobre eso en breve).


A partir de esto, entonces, empecé a imaginar un set de escritos con palabras llamativas, un set que, en vez de intimidarte, te invitara a intervenir. Puse la propuesta por escrito en el 2019 (!), se la presenté a algunas editoriales  y escritores pero ahí quedó, en la nada. Hace unos meses, haciendo orden en mi compu la volví a encontrar y me lance a publicar todas mis historias. Como te conté, el set incluye “mis trabajos realizados desde Colombia ” Todo se lee desde ahí en tu compu en tu celular o tablet que te podés llevar a donde quieras, ya sea por tu ciudad o de viaje. No puedo creer que ya es una realidad y no veo la hora que le den mucho amor. A veces creo que muchos de los libros y productos que hago, los realizó para mí, porque yo quiero tener y llenar algo así. 


Y, por otro lado, mi primer libro  en este caso dedicado a contar mi historia. No sé si hubo algún curso online o de escritura creativa o  de todos los que hice que me llevara tanto trabajo y tiempo de producción (y que me hiciera sentir semejante montaña rusa de emociones). Por dónde empiezo… Cuando me preguntó de qué quería que fuese mi historia, yo decidí ir con mi intuición y dije que quería hacer un curso sobre talleres creativos. Pero apenas me lo aprobaron y empecé a estructurarlo, me agarró un terrible síndrome del impostor. ¿Qué estoy haciendo? Si yo no sé dibujar ni soy ilustradora ni diseñadora gráfica, ¿a quién le voy a enseñar cómo escribir de viajes? Mi primer curso de talleres creativos estuvo enfocado 100% en escritura, sin la parte estética, y este, en cambio, iba a ser principalmente visual y eso me asustó. Sí, ya sé, lleno cuadernos desde muy chica, llené cuadernos durante mis veintinueve años de vivir en Colombia, amo el scrapbooking y la papelería, pero no sé pintar paisajes en acuarela ni tampoco hago lettering y caligrafía, lo único que más o menos sé hacer es combinar y pegar papeles, y me empecé a sentir muy insegura. Digamos que lo mío es más un journaling intuitivo que un journaling con formación artístico por detrás. Y cuando empecé a investigar otros ejemplos de travel journaling dije ya está, cancelemos todo, mis escritos nunca van a ser así. Pero, a pesar del miedo, decidí seguir adelante, quizá porque escribir  es algo que amo y que quiero compartir, aunque no sean “perfectos” (¿existe eso? Quizá los cuadernos ilustrados de José Naranja son los que más se acercan a esa perfección).


Los cursos de talleres creativos giran en torno a un “proyecto final”, que es el trabajo/obra que el profesor explica paso a paso para que el alumno replique. En un curso de cocina, por ejemplo, el proyecto final puede ser preparar una torta con X decoración, y del paso a paso suele estar bastante claro. Pero mi proyecto final iba a ser crear mi propia página y libro y es muy difícil dar un paso a paso para eso, porque a) cada viaje o escrito  es distinto. b) cada destino te ofrece algo diferente y c) cada cual lo vive a su manera. Así que tuve que abstraerme y, en vez de pensar en un destino específico, pensar en los momentos, emociones y sensaciones que vivimos , sean al lugar que sean. 


Releí casi todos mis cuadernos de escritura para sacar ideas (fue tan lindo reconectar con todo eso que escribí y registré mientras viajaba, creo que esa es una de las mejores cosas de llenar cuadernos: releerlos en el futuro) y fui planteando ejercicios y formatos que pudiesen llenarse de contenido distinto según el viaje y el viajero, pero que sirvieran de base y puntapié para animarse a documentar esos recorridos y, a la vez, que fuesen visualmente interesantes y dinámicos (una bobada…). Hasta ahí, mientras todo estaba en la teoría, bien.


El tema de este tipo de cursos es que el rodaje es corto y hay que llevar todo cocinado. O sea: no era una opción sentarme en la mesa solo a escribir, esparcir todos mis materiales e improvisar un cuaderno o escritura de la nada. Tenía que tener todo pensado y listo de antemano para replicarlo en cámara. En ciertas disciplinas, es posible llevar varias versiones del mismo trabajo pero en distintas etapas de producción para ir mostrando la progresión en cámara sin tener que hacer todo desde cero (y esto tiene una palabra súper específica que estoy tratando de recordar hace horas y no puedo, pero como ejemplo: en los programas de cocina se mete la mezcla cruda de masa en el horno y enseguida se saca la torta hecha, que es otra que ya estaba preparada de antes). En el caso de mi cuaderno de viajes me era imposible hacer, por ejemplo, cinco versiones del mismo cuaderno en distintas etapas porque no tenía manera de replicar los materiales cinco veces (los cuadernos de viajes se suelen llenar con papeles que uno va encontrando a medida que viaja, como mapas, servilletas, boletos, postales, flores secas, folletos y no tengo cinco copias del flyer que encontré una vez en Sardinia o del mapa que me dibujó un alemán para explicarme cómo llegar al destino). Además, crear un escrito de viajes es un proceso tan libre e intuitivo que me costaba darle un paso a paso tan predeterminado (aggghhh, en qué me metí, ¡qué difícil que es descomponer un proceso creativo!).


Así que hice lo siguiente. Después de definir todos los ejercicios que propondría para llenar el escrito, me apropié de la mesa del living (que es dos veces más grande que mi escritorio), me instalé dos semanas a trabajar ahí, agarré un cuaderno en blanco y esparcí sobre la mesa un montón de mapas, fotos, stickers, boletos y papeles que había juntado durante mis viajes. Y así, muy lentamente, empecé a armar el proyecto final/página web  y libro (¡que me quedó de casi 340 páginas!) que mostrare cómo resultado de mis escrituras. Y como tendría que replicarlo de cero,  en vez de pegar los papeles en su lugar, los pegue con un poquito de colbon.  Lo lindo es que durante ese proceso de creación las horas volaron sin que me diera cuenta y amé eso de trabajar 100% offline, solo con papel y mis manos. Esa fue la etapa eufórica e incrédula de la producción del curso, porque a cada rato me decía no puedo creer que me están pagando por llenar un cuaderno (y al rato: sí, creelo y disfrutalo, y al rato: quiero vivir de esto para siempre). Me costó mucho sentarme y empezar a hacerlo (qué real que es la resistencia creativa), pero una vez que entré en flow no pude parar y fue de los trabajos que más disfruté el año pasado.


Unos meses después, en julio de 2022 y ya con todo listo, viajé para seguir escribiendo El día que aterricé (el domingo antes  de empezar la semana ) me sentí un poco enferma lo que significó que mucho de lo que había definido con mi primer equipo no se pudo hacer, lo que significó muchos cambios a último momento. A todo esto se le sumó el agotamiento, el retorno del síndrome del impostor (ahhhh!! no soy diseñadora, esto va a ser un fiasco), mi autoexigencia y el tener que hablar como si nada pasara. Fue una semana muy intensa, pero lo logré. Me propuse a terminar, repliqué mis escritos en el cuaderno a la página web, sobreviví al cansancio y salió todo bien. Llegada a este punto de la carta ya ni sé qué tan interesante te resulte leer todo esto, pero siento que también está bueno contar cómo es el backstage del trabajo creativo, porque sino parece que todo lo que vemos al otro lado dura meses de trabajo y, tal vez, mucho estrés (al igual que escribir un libro). 


Así que, en resumen. En el proyecto final te doy una serie de ejercicios que podés hacer si te apasiona la escritura  antes, durante y después de tu viaje para registrar tus experiencias, emociones y pensamientos. No tenés que ser experto en ninguna disciplina, solo dedicarte a vivir tu viaje con todos los sentidos, ponerte en modo coleccionista y juntar todos los papeles, recuerdos o pensamientos que se crucen en tu camino. 


Lo que más agradezco de haber hecho este curso es que me reconecte con mi ser, con la escritora. Los días que estuve aislada de las redes escribí (cuando tenía ganas), los días siguientes que viajé a colombia journaleé, en septiembre cuando regrese escribí como nunca. Y recordé por qué me gusta tanto hacerlo. Además, gracias a eventos mágicos que ocurrieron en ese viaje a Colombia, en marzo me voy  a Lisboa a hacer un viaje  y crear historias, pero de eso te cuento en la próxima carta. Antes de despedirme, te dejo algunas propuestas y recomendaciones, y también una pregunta.


Propuesta de ejercicio: pegá papeles de manera intuitiva en un cuaderno. Nada más y nada menos. Contexto: hace poco me pasó que me dieron muchas ganas de escribir pero no de publicar, así que agarré un cuaderno en blanco (finito), busqué todos los papelitos sueltos que guardo en los cajones (sí, esos para ocasiones especiales: papeles estampados, mapas, recortes de revistas) y los fui pegando al azar. Estuve horas llenando páginas y fue meditativo. Dejé espacios en blanco para escribir cosas más adelante, cuando tenga ganas. Te propongo que hagas lo mismo, algo así como un journaling visual e intuitivo.


Inspiración: sin relación con todo lo anterior, te recomiendo el libro Rosaura a las diez de Marco Denevi. Lo había leído en la facultad y lo releí hace unos días, y me volvió a encantar, sobre todo porque la historia la cuentan varios personajes y nada es lo que parece. Estos días, además, estoy mirando la serie Schitt’s Creek (comedia) y la estoy disfrutando mucho. Me encanta el contraste entre los personajes y su nueva realidad, y también ir viendo su evolución a lo largo de las temporadas. Es una de esas series feel-good que me da alegría mirar. Tal vez sea una recomendación medio random, pero así voy entrando en sintonía para retomar En serie, el podcast en el sintoma de volver a crear .


Y, por último, una(s) pregunta(s): ¿alguna vez tuviste síndrome del impostor?, ¿cuándo fue?, ¿qué hiciste para enfrentarlo? Podés contarme por privado (respondiendo a este email yuly.grandt@hotmail.com), compartirlo con el resto de los lectores en los comentarios (esta es una comunidad muy amorosa) o usarlo como disparador para escribir algo en tu cuaderno.


Bueno, ¡creo que esta carta valió por tres! Y todavía me queda mucho por contarte.


Un abrazo y hasta el mes que viene,

Andrea 

Contadoradebuenashistoria


Carta virtual #4

Nació mi hijo. Una breve reflexión acerca de la identidad y la huella digital. Algunas respuestas a las preguntas de mi yo (embarazada) del pasado.


6 de octubre de 2023

¡Hola desde Alemania!


O debería decir Hello from the other siiiide (?) porque… ¡nació mi hijo! Cuando empecé a escribir esta carta el tenia seis semanas, y para cuando te la mande estará a punto de cumplir los dos meses.

Ya aprendí que de ahora en más no puedo hacer nada sin interrupciones (ni siquiera comer o dormir, especialmente dormir), así que escribo en los pocos ratitos libres que voy encontrando. No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo con un bebé. Ya van a ser dos meses de haber sido  mi parto, dos meses con él de este lado, dos meses intensos llenos de amor y aprendizaje. Las primeras semanas fueron las más difíciles (cuerpo de posparto + hormonas desquiciadas + falta de sueño + bebé sin manual de instrucciones), pero ahora estamos mucho más acomodados.


Veo sus fotos de recién nacido y no puedo creer cómo crece. Es hermoso. Está cada vez más despierto, abre más los ojos, mira, explora, empezó a sonreír, le gusta mucho salir a la calle y dar paseos en el cochecito o en la mochilita, le encanta que lo bañe y que le charle, le gusta estar siempre encima nuestro, a veces llora y no sabemos qué le pasa, hay días que nadie duerme, hay días que todos dormimos, es increíble todo lo que estamos haciendo por segunda vez.


No sé cuál será el tema ni la extensión de esta carta, pero no quería dejar de contarte que el ya está acá y que estamos muy bien.


Por ahora no quiero subir fotos, ni tampoco dar su nombre en internet, por eso en estas cartas lo llamo con el diminutivo “LG”, y lo hago con todo el amor y respeto del mundo. La maternidad es lo más íntimo que viví y quiero mantenerlo así, sin likes ni comentarios ni algoritmos de por medio. Que comparta mi trabajo y parte de mi vida en redes no quiere decir que tenga que compartir también la de el.


Entiendo que por subir una sola foto no pasa nada, pero por alguna razón me sale un instinto de leona protectora (?) y no quiero romper esta burbuja en la que estamos inmersos. Cuando viajaba y era yo sola contaba toda mi vida en mi blog, pero ahora hay otra personita involucrada y quiero guardarme todos los detalles de este vínculo para mí, para nosotros, y permitirle a el que escriba su propia historia si algún día quiere hacerlo.


A la vez me doy cuenta de que escribir acerca de maternidad no es lo mío, es lo que estoy viviendo pero no es el tema que me impulsa a escribir (durante el embarazo me preguntaba si, después de parir, mi escritura variaría en torno a la maternidad, pero no creo, lo que sí tengo ganas es de escribir más cuentos para chicos). Últimamente pienso mucho en el tema de la identidad digital, en la huella que dejamos en internet cada vez que posteamos cosas y en las consecuencias a largo plazo que puede traer eso.


 Durante diez años estuve muy expuesta (por elección propia) en internet, compartí muchos detalles de mi vida, incluso de mi vida privada y, cuando sentí que mi identidad digital (“viajera”) había quedado desfasada de mi identidad offline (“ya no quiero viajar”) y no supe quién era realmente, se me vino encima una crisis existencial muy fuerte que me llevó varios años atravesar, entender y sanar. En el mundo online la identidad suele estar más estancada, o al menos se transforma de manera mucho más lenta, en cambio en el mundo offline la identidad evoluciona y cambia con rapidez, y creo que en ese bache o abismo entre una y otra pueden ocurrir muchas crisis. Nadie nos enseñó a “estar” en internet y siento que recién ahora estamos viendo muchos de los efectos secundarios de tener una presencia online. Tal vez porque pasé por todo esto, hoy elijo no crearle una identidad digital a LG que más adelante lo incomode, no le guste o no represente quien el es. Soy su mamá pero no soy su vocera, y no quiero definirlo ante el mundo como otras personas lo hicieron conmigo. Tal vez exagero, no sé, estoy aprendiendo a ser mamá y esto es lo que me nace hacer, todo desde el amor.


En la carta pasada (todavía embarazada) me hice muchas preguntas. De a poco voy teniendo las respuestas:

¿Qué día nacerá? ¿Será en agosto o en septiembre? Nació una tarde de agosto, un mes antes de su fecha probable de parto. ¿Cómo será el parto? Intenso. Ya lo escribí con detalle en mi cuaderno de puerperio y me ayudó mucho hacerlo. No fue un parto traumático pero la parte final fue muy agotadora.


¿Podré parir normal o por cesárea? Casi, hice todo el trabajo de parto en casa, comenzó ese viernes y me sorprendió a las 6:45 pm de un lindo sábado.


¿Pediré anestesia? Sí, pero demasiado tarde.


¿Qué sentiré cuando lo tenga, por fin, en brazos? Lo mejor de la vida. Cuando me lo pusieron en el pecho no podía creer que ese ser humano salió de mí, que era real, que estaba de este lado, que era el.


¿Cómo será su carita? Hermosa  y todavía no se parecía a nadie, después de a poco se le fueron formando los rasgos y es igual a su papá (de mí sacó los pies  las cejas y las manos jaja).


¿Qué sentiré después? Una mezcla total de emociones: dolor, llanto, alegría, angustia, cansancio, fiebre desesperación, felicidad, paz, enamoramiento.


¿Cómo me irá con la lactancia? Los primeros días no fueron fáciles, pero con ayuda de la enfermera de maternidad y de neonatología pudimos establecer la lactancia y ahora va súper bien y lo disfruto mucho (tantas amigas me dijeron que la lactancia no es fácil, y yo de lejos no entendía por qué).


¿Cómo será mi vida posparto? Distinta, hermosa, cansadora. De a ratos quiero parar, cerrar los ojos, escapar de a ratos me pregunto si podré, de a ratos no quiero saber nada.


¿Dormirá? A veces más, a veces menos. De a poco va durmiendo más horas seguidas.


¿Escribiré? Sí, la escritura me está acompañando mucho en esta etapa, aunque escribo de manera muy entrecortada y sin tanta ceremonia, a veces en el teléfono, a veces en un cuaderno, a veces en la compu. Trato de registrar todo porque no quiero olvidarme de nada.


¿Será esta mi última carta virtual del año? Al parecer no.

¿O se me dará por mandar versiones reducidas de estas cartas? Veremos cómo es la próxima carta.


¿Cómo viviré la creatividad de ahora en más? Con menos tiempo pero con las mismas (o más) ganas. El impulso está ahí pero la forma va mutando: durante el embarazo le hice un scrapbook con la historia que te conté hace dos cartas, ahora le estoy haciendo un cuaderno con fotos y momentos de sus primeras semanas, también le invento cuentos para dormir o le pongo su concierto de Philarmónica junto con su hermano para calmarlo (hoy le conté un cuento uno que se llama “el chiquilin de los cachetes” XD), cuando puedo hago un poquito de journaling y escribo lo que siento, a veces solo tengo tiempo de pegar una washi tape y algunos papelitos sueltos, pero hacer todo eso me ayuda a no desdibujar y a seguir conectada conmigo a través de pequeños actos creativos. Es cierto eso de que tener poco tiempo ayuda.


Lo que no imaginé que iba a pasar es que desde que ellos nacieron miro el mundo de otra manera. Los primeros diez días de posparto de mis hijos ni salí de casa, y cuando volví a la calle fue como si recorriera mi barrio por primera vez. Fue irreal. A la vez, mi relación con los espacios de mi casa también cambió. Tenemos un departamento chiquito pero entramos perfecto, parece hecho a medida para los cuatro. A veces pienso que esta es la casa-útero que nos contiene en este cuarto trimestre. Los días vuelan. Miro las nubes, la lluvia, los árboles y el sol por la ventana con ganas de pronto de mostrarle todo eso a el.


 Ahora mientras escribo lo tengo dormida en un almohadón sobre mi falda y lo veo sonreír en sueños.


Un día llegó LG y fuimos cuatro, seguí con mi pasión, fui realmente muy feliz.


Un abrazo y hasta la próxima carta,

Andrea

Contadora de buenas historias

Carta virtual 5:

Cómo ser más creativa con menos tiempo. Títulos de películas que sirven para escribir. Dos ejercicios. Cosas que pasaron en octubre.


Essen. Alemania

3 de noviembre de 2023


Hola desde Essen


En este momento estoy sentada en el sillón del living de mi casa.  LG acaba de quedarse dormido al lado mío, así que aprovecho este ratito para escribirte. Afuera llueve. Las hojas de los árboles ya están amarillas, las calles cubiertas de otoño. Son las cuatro de la tarde y el cielo está gris. La semana pasada adelantaron la hora y colgaron las luces de Navidad por las calles del Centro. Estoy tomando té  con sabor a frutilla y desde mi ventana veo a la gente pasar en las bicis —algunos sosteniendo paraguas, otros con impermeables hasta el piso, otros sin nada que los proteja del agua— y a los turistas refugiarse bajo los pocos techos de esta zona. A lo lejos, de una chimenea sale humo. Vivimos en un cuarto piso y lo único que se escucha son las gotas de la lluvia rebotando contra las ventanas y las campanadas de una de las iglesias (no sé cuándo ni por qué pasa, pero hay días en los que a las iglesias se les da por interpretar canciones con sus campanas: ya escuché Imagine de John Lennon, Enjoy the silence de Depeche Mode y My heart will go on de Celine Dion, entre otros hits). En la mesa está la macetita con flores amarillas y moradas que me regaló mi esposo hace unos días (me la dio y después me dijo “ay solo a mí se me ocurre darte algo para cuidar justo ahora que tenemos un bebé”, pero no me molesta, me gusta cuidar). LG está tapado con una mantita de colores pasteles que le regaló el amigo de mi esposo duerme con los brazos en posición candelabro. Últimamente, de a ratos siento un impulso muy fuerte de “quiero trabajar, quiero hacer cosas, quiero dar talleres, quiero escribir”, pero después lo miro a el y me olvido de todo y solo quiero pasar este tiempo juntos. Ya va a cumplir tres meses y el tiempo vuela. No quiero perderme de nada. A veces me siento culpable (comillas) de tener ganas de trabajar, pero después lo veo de otra manera: LG me hizo recuperar las ganas de hacer cosas, de crear, de compartir. No tuve depresión posparto pero tuve años de incertidumbre. Ahora me doy cuenta de lo duro que fue, de cómo las palabras de los demás me sacaba de las ganas de todo, de cómo tuve que hacer de cuenta que no pasaba nada y seguir funcionando “normalmente” en una sociedad donde poco se habla de este tema (ya voy a seguir escribiendo mis textos al respecto cuando tenga un poco más de tiempo y cabeza para hacerlo).


Entre esa frase y esta pasaron tres días.


Ya no tengo tiempo ininterrumpido, pero los pocos ratos que aparecen los aprovecho al máximo. Ejerzo mi creatividad en versión reducida, y por ahora me alcanza: lleno alguna página de mi cuaderno, o le sigo armando el álbum de fotos a LG, o le escribo una carta a una amiga, o leo un capítulo de un libro, o anoto una idea que se me cruza por la cabeza. Y me digo: “Ya voy a volver a escribir”. El papel es un gran aliado en este momento, porque los pensamientos no me duran más de dos segundos en la cabeza, y si no pongo las cosas por escrito, incluso las más banales, me las olvido enseguida. Te comparto algunas ideas (o, en mi caso, estrategias) que me están sirviendo para hacer cosas creativas (sobre todo journalear) con (muy) poco tiempo disponible:


-Enganchar una actividad con otra.

No me encanta el multitasking creativo, pero a veces no me queda otra. Entonces, por ejemplo, cuando tengo que sacarme leche aprovecho esos 10-15 minutos para escribir algo en mi cuaderno o leer. Si salgo a caminar sola me llevo los auriculares y escucho un ratito de algún podcast. O uso la función del celular de dictar texto mientras paseo con el cochecito, aunque no me acostumbro del todo (todavía me resulta raro escribir hablando, y además me cuesta concentrarme en dos cosas tan grandes a la vez).


-No tener muchas opciones.


 La actividad creativa que más hago desde que nació LG es journalear, y me ayuda mucho reducirme las opciones de materiales. Tengo un solo cuaderno con un sobre en el que guardo algunos stickers, pedacitos de washi tape y papeles sueltos, y cuando tengo un ratito abro ese sobre y uso lo que hay ahí. En vez de ponerme a pensar cómo puedo decorar esta página, voy con lo que hay.


-No tener un objetivo final


(o no pedirle demasiado a una sesión). Cuando empiezo a llenar una hoja no pienso en “quiero que quede de tal manera” o “quiero escribir todo lo que pasó este mes” o “quiero que este sea el cuaderno más lindo de todos”. Me conformo con poder escribir unos párrafos acerca de lo que hice, lo que pasó, lo que pensé, lo que sentí. Y, en general, quedo contenta con mis páginas por el solo hecho de haber podido llenarlas.


-Dejar que el azar provea.


A veces los materiales aparecen de manera random. Hoy, por ejemplo, abrí el sobrecito de mi cuaderno en el que guardo esos pocos papeles sueltos que mencioné recién y encontré unas palabras sueltas que había recortado de un libro que saqué  Las uní y cobraron un sentido nuevo:


“Entrar en ese tiempo de esa relación infinita”.


También veo cosas escritas en la calle que me sirven de inspiración. Todavía no sé para qué, pero mirá qué buenos títulos/disparadores vi en la cartelera de un cine:


Past Lives (Vidas pasadas) (o quizá dice Last Lives o Fast Lives, porque me faltó ver la primera letra)


Geographies of solitude (Geografías de soledad)

Medusa Deluxe (Medusa de lujo)


5 seasons of revolution (5 temporadas/estaciones de revolución)


Anatomy of a fall (Anatomía de una caída, o de un otoño)

Van de koele meren des doods (según Google Translate: De los fríos lagos de la muerte)


Anselmo

Letzter abend (también según Google Translate: Última noche)


Hace mucho que no te propongo un ejercicio de escritura, así que acá van dos. Elegí el que más te resuene (o ninguno, o adaptalos):


1. Al igual que empecé esta carta, empezá a escribir un texto con la frase “en este momento estoy”. Este es un disparador de Natalie Goldberg que nunca falla porque te ancla en el presente. Si querés, compartí ese texto en los comentarios, o mandáselo en una carta a alguien.


2. Elegí uno de los títulos/disparadores que te copié recién más arriba, el que más te haya llamado la atención, y sin pensarlo ni planearlo ponete un temporizador por 5, 7 o 10 minutos y escribí lo que salga a partir de eso.


Hace mucho, también, que no te recomiendo un libro o serie. Estas son algunas de las cosas que estuve leyendo/mirando últimamente (de manera muy entrecortada, claro):


The Righteous Gemstones (la vi toda durante el embarazo y me encantó)


Our flag means death (le dedicamos un episodio del podcast de “En serie”) What we do in the shadows (también la vi toda durante el embarazo y la amo)


Our babies, ourselves, de Meredith Small (este libro me pareció excelente y siento que debería ser bibliografía obligatoria para la vida, tengas o no tengas hijos, quieras o no quieras tenerlos).


Cada vez que puedo, cuando no llueve demasiado, salgo a caminar con LG por el barrio y me dejo llevar por lo que me llame la atención. Descubro calles, rincones, detalles. Recuerdo qué fue lo que me enamoró de esta ciudad. Rearmo mi mapa subjetivo de Essen mientras vivo este primer otoño con el. Creo que nunca tuve tanta atención al presente. Es como si viera el mundo por primera vez.


Te escribo en diciembre. Un abrazo,

Andrea

Ideas para cerrar el año escribiendo.

Carta virtual  #6:

Una carta cortita de fin de año. Algunos rituales creativos para diciembre.


8 de diciembre de 2023,

Hola desde Alemania


¿Cómo estás? Hace mucho que no te pregunto eso. Siempre empiezo estas cartas con alguna novedad o frase contundente (?), pero este mes no tengo mucho para decir y además empiezo a sentir el efecto del cansancio acumulado (LG está por cumplir 4 meses), así que prefiero no forzar un texto largo y, en vez de eso, mandarte esta carta cortita para desearte un buen fin de año.


Por acá estamos los cuatro muy bien. LG crece a toda velocidad y siento que los días se me escapan. De a ratos quiero frenar el tiempo, de a ratos no veo la hora de vivir todo lo que se viene. Desde ya estamos haciendo nuestros planes con el para pasar Navidad, así que eso me tiene entusiasmada e intrigada. Este año sentí que voló.


 El embarazo ya me parece un recuerdo lejano. No puedo creer que el viaje a Praga fue hace ocho meses (quiero volver, siempre, pues me parece un país con mucha magia). Los proyectos editoriales que te conté  ( mi libro personal, el journal de escritura creativa y el cuaderno de journaling) salen el año que viene. Tengo muchas ganas de dar talleres, de escribir y de hacer cosas, pero mejor me calmo y disfruto de estos meses, que se van y no vuelven.


Si te gusta hacer balances, diciembre siempre es un buen momento para eso. Acá van algunas ideas y propuestas para cerrar el año escribiendo:

- El Year Compass es un pdf descargable para imprimir y completar. Tiene consignas para reflexionar acerca del año que se termina y para ponerse metas o intenciones para el 2024. Es gratis y está en varios idiomas (googlealo y aparece al toque). Yo lo lleno hace algunos años y me gusta mucho. Pro tip (?): organizá una reunión y completalo en compañía (con cositas ricas).


- Vuelta al sol, de May Groppo, es un libro pensado para completar cada fin de año (o cada fin de ciclo) durante tres años seguidos. Tiene muchos disparadores de autoconocimiento para reflexionar acerca de lo que pasó en los últimos 12 meses: cambios, aprendizajes, crecimiento y más.


Este va a ser el el primer año que lo completo y me resulta muy interesante leer lo que escribí en meses anteriores


- Si no querés comprar o descargar nada, ¿por qué no le escribís una carta a alguien? Agarrá un papel que te guste, o decorá una hoja blanca, y contale a una persona que quieras mucho acerca de tu año. Para que la carta no esté solo centrada en vos, podés compartirle algún aprendizaje, algo que te haya hecho reír, algo que te haya hecho pensar en esa persona, un recuerdo que tengan juntos.


- Otra opción: escribile una carta de agradecimiento a alguien (o a varias personas) que hayan hecho una diferencia en tu vida este año, por el motivo que sea. Si decidís mandar una carta, disfrutá el ritual. Si podés, elegí una estampilla que te guste, decorá el sobre, mandá algún papelito lindo adentro, aprovechá toda la magia que nos da el papel.


- Otro ritual de fin de año: si llenaste cuadernos a lo largo del 2023, sentate una tarde a releerlos. Yo lo hago cada fin de año y me ayuda a recordar y sorprenderme de todo lo que pasó. También me encanta mirar todas las fotos que saqué con el teléfono, imprimir las que más me gustan y pegarlas en mi cuaderno a modo de resumen del año (podés, por ejemplo, imprimir una foto que represente cada mes y escribirle un texto breve a cada una).


Por último, una recomendación random: si sos fan de los stickers como yo hay una trilogía de libros de stickers que me parece espectacular para decorar tus cuadernos. Eso sí: los diseños son muy bizarros, con estética retro (quizá no sea para todos los gustos, pero son súper originales). La colección se llama The Antiquarian Sticker Book y se consigue en Amazon y Wordery (te extrañamos, Book Depository).


Eso es todo por este mes, ya volveré a las cartas largas cuando tenga algo para contarte. Están pasando muchas cosas en el mundo ahora mismo y no sé cuánto de “feliz” tiene este año nuevo para vos, pero deseo que encuentres aunque sea un ratito de refugio en la escritura o en cualquier ritual que te haga bien.


Un abrazo grande desde acá y hasta pronto,

Andrea

Contadoras buenas historias

Las transformaciones no se pueden detener.

 Carta # 7 


Los efectos de la matrescencia. No somos chatGPT. El problema de querer agradar con nuestra escritura. El papel como aliado para la mala memoria. Cosas que pasaron en enero.


Hola desde Essen,


¿Cómo estás? Yo ando cansada —según el día— y pensativa —cuando me da la cabeza—, pero muy bien. Te escribo esta carta de noche, sentada en mi escritorio sintiendo el aire frío que entra a través del vidrio. Pasé de escribir durante la mañana o tarde a ser una escritora nocturna, pasé de tener todo el tiempo del mundo a tener pocos minutos o, con suerte, unas horas al día para dedicarle a mi escritura. Y aún así sigo escribiendo (journaleando, sobre todo), y mucho más enfocada que antes. Es verdad que tener poco tiempo ayuda a la creatividad, al menos a la mía: cuando tengo un ratito libre me pongo a escribir lo que de verdad tengo ganas de escribir, porque ahora esos momentos son escasos y cada vez más sagrados.


Unas cartas atrás, alguien me dejó un comentario que me dejó pensando. Cuando conté que había tenido un hijo y compartí algunos detalles acerca de mi embarazo y el nacimiento de LG, una persona anunció que se estaba desuscribiendo inmediatamente de mis cartas virtuales porque “no se había sumado a este newsletter para leer sobre maternidad y embarazos”. Newsletter por el que no paga, dicho sea de paso, y que nadie la obliga a leer, pero bueno, así es internet, mucha gente piensa que del otro lado hay un chatGPT programado para complacer sus deseos. En el momento me causó gracia (no entiendo esa necesidad de anunciar a toda voz “HOLA SOY FULANITA Y ME RETIRO DE ESTE NEWSLETTER” *da un portazo con la cabeza en alto y se va para siempre*) y pensé, y le dije: “Mejor así”. No le tendría que haber dado demasiada importancia, y la verdad es que mi cerebro ya no retiene las cosas como antes, pero hubo algo de ese comentario que me dejó pensando.


Por un microsegundo me dije: uy, es verdad, este newsletter no es sobre maternidad ni embarazo, y probablemente muchas personas no tienen ganas de leer cosas relacionadas con criar y todo lo que implica ser madre (o no poder serlo). En una carta anterior a ese comentario, incluso, dije algo como “no te preocupes que de ahora en más no voy a hablar de bebés y pañales”. Y es cierto, no me interesa hablar específicamente de crianza —al menos no ahora mismo— ni quiero compartir la vida de mis hijos en internet, pero tampoco puedo hacer de cuenta que acá no pasó nada.

 Mi vida cambió. Mis prioridades cambiaron.


Mis horarios cambiaron. Mi gestión del tiempo cambió. Mi trabajo cambió. Mis espacios cotidianos cambiaron. Mis actividades cotidianas cambiaron. Mi rol cambió. Mi mirada cambió. Ya no soy la misma de antes ni me relaciono con mi creatividad como antes. Estoy atravesando lo que se conoce como “matrescencia”: una metamorfosis absoluta (corporal, hormonal, cerebral, emocional, de identidad) que ocurre a partir del embarazo y durante toda la maternidad (y que es algo que incluso le pasa a personas que no parieron pero que están criando). La matrescencia es una transformación que se compara con los cambios abruptos que atravesamos durante la adolescencia, y recién ahora se está empezando a investigar y difundir más (si querés leer al respecto, te recomiendo muchísimo el libro Matrescense de Lucy Jones, lo acabo de terminar y me pareció hermoso, honesto y muy necesario).


Entonces, literalmente: no soy la misma de antes. Es como si se me hubiese regenerado el cerebro. Me cambiaron el software. Y no hay nada que pueda hacer más que entregarme. Soy una nueva versión de mí, así como fui una nueva versión de mí cuando me convertí en viajera, cuando decidí dejar de viajar, cuando publiqué mi primer libro, cuando volví a montar en bicicleta, cuando empecé a dar talleres, cuando dejé de escribir de viajes y un largo etcétera. Esta, probablemente, sea la transformación más grande de mi vida. Y eso hace que mi escritura cambie. No lo puedo evitar ni tampoco lo voy a ocultar. Estoy más cansada, retengo menos las cosas, me cuesta más formar frases (esta carta tiene mucho trabajo de edición, ojalá todo me saliera tan natural), pero también estoy más presente, más slow y más creativa. Y no, tal vez no escriba sobre bebés ni crianza, pero sí escribiré sobre transformaciones. Y sí, perderé lectores, seguro, pero eso pasa siempre. A quien le interese se quedará y a quien no se irá a buscar otras cosas. A mí también me pasa con la gente que leo o que sigo. Y está bien, cada cual está en un proceso distinto, y a veces esos procesos se encuentran y resuenan, y otras veces no tienen nada que ver uno con otro y van por carriles distintos. Nos pasa incluso con personas cercanas.



Mirando hacia atrás me doy cuenta de que cada vez que hice un cambio (o que un cambio me atravesó) y lo conté, o lo dejé entrever, en mi blog, red o newsletter de turno, siempre apareció gente diciendo “tu blog ya no es lo que era”, “perdiste tu esencia”, “me gustaba más cuando escribías de X”, “no vine a leer sobre esto”, “me caías mejor cuando viajabas”. No es fácil compartir la vida y los procesos internos en internet, abrirle un ratito una ventana a cientos de extraños, y recibir ese tipo de comentarios. Es normal que hieran, y es difícil entender que son comentarios que hablan más acerca de la persona que los hace que de uno mismo. Mirando hacia atrás también me doy cuenta de que, por querer agradar (pues people pleaser en recuperación), muchas veces intenté replicar esa versión de mí que había sido y que ya no era para poder seguir dando ese contenido que a esas personas les gustaba. Por suerte —¡por suerte!— nunca fui capaz de volver a esas antiguas versiones de mí misma. Y muchas veces me castigué por eso: ¿por qué no puedo seguir siendo la blogger de viajes?, ¿por qué no puedo seguir escribiendo de viajes? Ahora entiendo que las transformaciones vitales no se pueden detener, que no hay que detenerlas. Empiezan de a poco y de repente se convierten en ríos que fluyen a toda velocidad, sin diques que las contengan. Y está bien, porque solo así podemos llegar a otras orillas, o incluso salir al mar. Y si no nos dejamos arrastrar, es muy posible que nos estanquemos en una versión anticuada (quiero decir outdated, como el software, pero no encuentro la traducción) con la que ya no tenemos nada que ver. Tenemos que permitirnos evolucionar. Y al que no le guste, problema de ellos.


Todo esto me hizo pensar, a la vez, en esta cuestión de querer agradar con nuestra escritura. Es un tema que sale mucho en los talleres: “Qué van a decir si publico esto”, “a quién le va a interesar”, “a nadie le va a gustar”, “no puedo contar estas cosas”, “si escribo otras cosas nadie va a querer leer”. Y muchas veces terminamos escribiendo textos a medias, o autocensurándonos, o no escribiendo lo que de verdad queremos escribir porque qué va a decir la gente. Siempre me gusta recordar que a un tercio de la gente le va a gustar lo que escribimos, a un tercio no le va a gustar y al último tercio ni le va a importar. Pero a ese primer tercio (que quizá ni siquiera es un tercio si no un 1%) le va a llegar profundo lo que escribimos y algo de nuestras palabras le va a hacer bien. Hay que escribir para ellos. El problema de querer agradar con nuestra escritura, de ser una writer pleaser (?), es que no nos permitimos escribir lo que de verdad nos mueve a escribir. Y la vida es demasiado corta para eso. Así que ahora te pregunto a vos: ¿qué es lo que de verdad querés escribir? ¿Lo estás escribiendo?


Para pasar a algo más concreto, te cuento que gracias a la maternidad volví al papel. Sí, antes llenaba cuadernos y todo eso, pero ahora volví al papel de verdad, como aliado para la mala memoria. Como no soy capaz de retener un pensamiento (mucho menos una tarea pendiente) por más de 10 segundos, estoy poniendo todo, pero todo, por escrito. Te comparto mi sistema por si algo de esto te sirve:

Centralizo en Google Calendar —la única herramienta digital de organización que estoy usando— y de ahí voy pasando todo a distintos papeles.


Tengo un calendario impreso pegado en la heladera en el que voy anotando los eventos importantes del mes. Como no siempre me acuerdo de mirar mi calendario de Google, con el impreso me aseguro de no olvidarme de ningún turno ni dejar plantado a nadie.


Todas mis listas de pendientes están en papel. Lo que hago es cortar hojas A4 al medio (a lo largo) y usar cada papel para una categoría de lista (ejemplo: Trabajo, Vida, Casa, Hijos, Compras). Pongo el cuadradito para hacer check cada vez que completo algo. Todas esas listas están atadas juntas y siempre en la mesa de la cocina/living, donde sé que las voy a ver seguro. Una vez leí que es un gran alivio para el cerebro poner todos (pero todos) los pendientes por escrito, para no dejar “open loops” o “procesos abiertos” en la cabeza.

Cada semana inauguro un papel (abajo te dejo foto de todo) en el que anoto, de un lado, los “to-do” o pendientes de la semana, y los eventos del otro. (Entiendo que estarás pensando: PERO Andrea, ESO SE LLAMA AGENDA, pero por algún motivo me sirve más tener todo en papeles separados que tener todo junto en una agenda que quizá me olvido de abrir. Los papeles los puedo ir dejando en lugares estratégicos de la casa).


Tengo un cuaderno de trabajo y proyectos creativos en el que vuelco ideas para talleres, libros, textos, viajes y demás. Así a futuro cuando quiera retomar con todo eso tengo por donde empezar.


Y en mi tiempo libre, como te conté, journaleo mucho. Le estoy haciendo un álbum de fotos a G. y también estoy escribiendo acerca de mis cambios internos. Cuando puedo, además, le escribo cartas en papel a mis amigas. Así que podría decir que el papel es mi gran aliado en esta matrescencia que recién empieza.


¿Vos tenés algún método de organización de tu vida que te ayude y que quieras compartir?


Espero que hayas empezado bien el año. En enero no mandé carta porque no tenía nada para contarte y además estaba muy cansada (puede que eso pase de vez en cuando de ahora en más). Antes de despedirme te dejo una pregunta por si te dan ganas de escribir: ¿estás intentando detener alguna transformación?


Un abrazo y hasta el mes que viene,

Andrea

Cosas que te golpean en la ventana

Mejor hecho que perfecto.



 Carta # 8

23 de marzo de 2024

Hola desde Holanda


Tenía grandes planes para esta carta pero la realidad no me estaría acompañando, así que muy en línea con lo que te voy a contar más abajo, voy a soltar la expectativa de que esta carta sea ordenada, impecable y bien editada (o “perfecta”) y voy a repetirme el mantra que tanto digo: “Mejor hecho que perfecto”. Estoy en una etapa de mi vida en la que, si quiero hacer cosas creativas, no me queda otra.


Llegamos de viaje hace una semana  y, si bien no caí (tanto) en la vorágine como otras veces, viajar con  bebés me está resultando bastante desafiante.


 Vinimos con muchas más cosas (cochecito, mantita, juguetito, y la mar en tren, y eso que empaqué lo más liviano que pude), tuvimos que adaptarnos a espacios nuevos (mi casa en Essen es baby friendly para que SG y LG  puedan jugar tranquilos, en cambio acá tengo que estar mirándolos todo el tiempo porque cada vez se mueven más y no sé qué puede encontrar o dónde pueden aparecer), tuvimos que adaptarnos a otra temperatura (los primeros días estuvimos a 23 grados y eso que todavía no comenzaba primavera  esperando a que la ciudad despertara, tuvimos que acostumbrarnos al clima (ola de calor) y a la invasión de pensamientos. Por un lado, todo esto me obliga a viajar con más lentitud (lo cual me gusta) y a tener otros ritmos y rutinas (me la paso dando vueltas por las plazas con el cochecito para que LG duerma la siesta), pero entre eso, y  los encuentros con mi escritura no me queda tiempo ni energía para mucho más. ¿Será posible que un viaje en tren no sea agotador? (pregunta existencial). ¿Volveremos algún día a criar en comunidad? (pregunta existencial número dos). ¿Tienen respuesta las preguntas existenciales? (pregunta existencial número tres). Hoy estoy particularmente cansada.


Te escribo esta carta en ratitos nocturnos, que es cuando tengo algo de silencio, pero lo malo es que a estas horas ya no me da mucho la cabeza. Así que voy al grano y te cuento la novedad que te adelanté en la carta anterior: salieron mis crónicas con Revista Papel  y seran todos los #juevesdecrónicasviajeras una de ellas las  llamaré "cosas que te golpean en la ventana" y será todos mis pensamientos, ideas y anécdotas construido de un cuaderno de escritura creativa: tendra 110 pensamientos cortos que te orientarán y 20 herramientas prácticas para que mejores tus textos. Lo publicaré  allí porque son los que me han animado a continuar escribiendo cuando estoy a punto de dejarlo todo si señores todo y es una belleza  impresionar.


 Una de las cosas que más me gusta es su materialidad: está hecho  en tinta azul  tiene hojas tipo japonesa (lomo al descubierto) y doble tapa (una especie de folio o solapa que cubre toda la tapa, y otra tapa por debajo de eso). Las ilustraciones son bien oníricas y tienen mucho que ver con el título. “Cosas que te golpean en la ventana” es una expresión de Cortázar (claro que sí) que se refiere a todas esas obsesiones, historias, personajes, emociones, momentos y preguntas que nos dan vueltas por la cabeza y son nuestra materia prima para escribir. Él dice, en su cuento "Tango de vuelta: “… y al otro día ya hay cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren, una  historia detrás de otra”.


Las historias están divididas en nueve capítulos para que explores tu escritura desde nueve perspectivas distintas: te propongo escribir para vos, escribir para otros, escribir a partir de distracciones, escribir con premisas, escribir con límites, escribir mentiras, escribir diálogos, fabular y hasta hacer tu propio museo de existencia. No necesitás ninguna experiencia, solo ganas de escribir y de perder el control.


 El objetivo principal de estas historias es que practiques tu escritura y que te saques la presión de hacer “textos perfectos” o “textos terminados”. Lo que más me importa es que te diviertas. ¿Por qué? Porque cuando descubrí que podía divertirme (y mucho) explorando mi escritura (después de años pasándola mal cada vez que me sentaba a escribir algo que ya no quería escribir) pensé: esto lo tiene que saber todo el mundo. Basta de escritura sufrida, basta de cuestionarnos tanto las cosas, basta de preguntarnos constantemente “¿esto está bueno?”, si fuera predicadora diría ESCRIBA Y PARE DE SUFRIR.


Ahora que ya lo tengo terminado me doy cuenta de que estas son las historias  que siempre quiero hacer. Cuando saqué mi primer libro (Temeraria Soledad), alguien me preguntó si algún día iba a sacar un “mapa subjetivo de escritura” y dije sí, pero cuando estuviera lista para crearlo.

 Entre ese momento y hoy pasaron 7 años, y ahora que miro hacia atrás, siento que esto surgió de la culminación de muchos procesos. Cosas que te golpean en la ventana existe gracias a que un día me animé a empezar a escribir y dejar la pena por publicar y a inventar mis propias consignas. Pero también existe porque un día decidí aprender a montar bicicleta, aprender un nuevo idioma y ha callar los no de mi mente y entendí la importancia de la práctica. Y también existe porque un día me cansé de escribir y tuve que caer para volver a comenzar y empecé a animarme con la ficción. Y además existe porque pasé por varias pruebas en mi país natal y aquí como emigrante  y busqué refugio en la escritura. Y todo eso se fue entrelazando y confluyendo sin que me diera cuenta y se materializó en estas historias.


No sé bien cuándo puse por escrito la primera idea, siento que este fue un proyecto que estuvo en construcción durante años. Empezó como una recopilación de consignas (algunos  de mis publicaciones  otras de los encuentros de escritura creativa en la UdeA, otras que se me ocurrían pero no di en ningún taller, otras que me propuse a mí misma), pero derivó en otra cosa. No quería hacer un escrito normal que fuese solamente un compendio de  pensamientos random: quería encontrarle una estructura, un sentido, un orden más orgánico. Un por qué. Eso fue lo que más tiempo me llevó: descubrirle el camino interno a mis historias. Pensé en mi propio recorrido con la escritura y me di cuenta de que había cierta lógica: empecé escribiendo sobre mí y para mí, después escribí textos para otros (cartas, posteos) y mucho tiempo después me animé a la crónica viajera (aunque podríamos decir que todo es ficción, así que me animé a inventar, a vivir y experimentar).


Entremedio de todo esto volvi a la bicicleta porque es primavera y a nadar porque es un reto personal con bastante disciplina esa que he aprendido estando aquí  y eso me ayudó a entender que la escritura también se puede encarar como un deporte, y que verla de esa manera le saca mucha presión a una sesión de escritura (si no le pedimos a una clase de gimnasia que sea perfecta, ¿por qué le pedimos a la escritura que sí lo sea?). El aprendizaje del idioma alemán  me metio de lleno en la ficción: la estaba pasando tan mal en la realidad que empecé a escribir  mis sueños como cuentos para escapar de eso, y así me di cuenta de que me gusta mucho, muchísimo, inventar historias. Y el otro hilo que fue uniendo todo fueron mis talleres: creo que desde el primer taller que asistí descubrí cuánto me nutría ese intercambio, lo bien que me hacía estar compartiendo y escribiendo en grupo, lo bien que hace escribir en general. Y quise hacer un objeto que representara ese disfrute.


Así que acá está, y estoy muy feliz con este resultado En el posdata te dejo toda la info práctica para que lo compartas y lo leas, y antes de despedirme te comparto algunas consignas de mi próximo #juevesdecronicasviajeras Si las hacés, no planees demasiado los textos, lo más efectivo es que leas la consigna y empieces a escribir enseguida con lo primero que se te venga a la cabeza. Siempre hay tiempo para corregir el texto después, pero para eso hay que darle libertad total al primer borrador. Que salga lo que salga, y andá por donde más te divierta.

 No queremos que el texto sea perfecto, queremos que exista.


Van las consignas:


Consigna #35: Ventana temporal. Mirá por la ventana. Escribí lo que ves, lo que te gustaría ver, lo que creés que se verá por ahí en 50 años o lo que creés que se vio hace 200.


Consigna #49: Las fotos de la abuela. Heredás una caja con objetos que pertenecieron a tu abuela y, entre ellos, encontrás un rollo de fotos. Te genera intriga y lo mandás a revelar. Cuando te entregan el sobre con las fotos, no podés creer lo que ves. Describí una o varias de esas fotos.


Consigna #84: La agencia de viajes realista. Era hora de que existiera. Esta agencia de viajes no te promete idilios ni experiencias inolvidables. Al contrario. Te toca escribir uno de sus folletos: vendenos la versión realista y honesta de un viaje al destino que elijas.


Y tampoco esperes el momento perfecto. Las ganas de escribir vienen escribiendo. Lo compruebo una y otra vez cada vez que me siento a hacerlo.


Un abrazo y hasta la próxima carta.


Andrea

Contadora de buenas historias



 Escribir me ha sanado

 Carta #9


Escribir para desintoxicar. Quiero todo y lo quiero ahora. La lentitud como cura para la hiperproductividad. Ir a Dios y volver y contar qué vi.


 5 de abril de 2024

Essen


Hola desde Alemania,


Ya estoy de vuelta en casa y estoy sintiendo que los días van a mil por hora y no hay tiempo para nada y en Europa de nuevo el reloj cambio ya no son seis, sino siete horas de diferencia con mi país natal Colombia.


Por estos días ando con la cabeza recargada de información, preguntas, tareas, pendientes, proyectos, ideas, wishlists. El problema es que me está  costando bajar todo eso y accionar, porque no tengo tiempo, y me siento Dios atrapada en una olla a presión . Quiero hacer de todo. Pero sé que debo de esperar.  A la vez solo quiero dormir Quiero estar súper presente en la crianza de mis hijos. Pero también quiero estar una semana sola en una isla desierta, o en un all inclusive con todas mis necesidades cubiertas. Y quiero seguir escribiendo porque tengo una meta y sueño que se hará realidad si solo tengo disciplina. Pero necesito dormir. Y así estamos.


Hoy llego un libro nuevo, y empezaré a leerlo y  a llenar los ejercicios  que el me propone de escritura. Porque escribir me ha sanado, me ha tumbado y me ha vuelto a sanar, y sin embargo me estoy dando cuenta en este camino cuál es mi necesidad actual: escribir. Necesito escribir. Pero no escribir para trabajar, ni para publicar, ni por encargo, ni por plata. Necesito escribir para procesar. Para sacar. Para vaciar.


Hace mucho tiempo escuché al escritor Pedro Mairal decir: “Cuando no escribo me pongo tóxico”, y últimamente me estoy sintiendo así. Acumulo, acumulo, acumulo y no saco nada. Y se me estanca el agua. Me di cuenta de esto recién, mientras escribía el ejercicio número 12 (“Si solo pudiese escribir una cosa en mi vida, sería esto”). Empecé sin tener mucha idea y terminé llegando a preguntas trascendentales como quién soy ahora que soy madre, qué cosas me importan, qué dejó de importarme, cómo hago para no perderme. No sé si me siento tan distinta en cuanto a identidad, lo que sí siento es que tener menos tiempo me obliga (o me ayuda) a hacer lo que más me importa y a dejar ir el resto, también en lo relacionado a mi creatividad y mi escritura.


Nunca tuve muy en claro cuál es mi gran tema de escritura. En algún momento fueron los viajes, pero nunca los veo como un gran tema, sino como una ramificación de algo más. A veces creo que lo que me mueve es lo existencial, las preguntas vitales, los sueños que tengo últimamente y explorar la luz  que me  traen tesoros, ir un rato donde Dios en mi cabeza y pensamientos y volver y contar qué vi. Pero a veces me pongo demasiado mental y ahí es cuando me doy cuenta de que tengo que volver al cuerpo. Por eso escribir me ayuda. Mover la mano me ayuda. Estar en contacto con un papel me ayuda. Pegar una washi tape me ayuda. O poner un sello en un papel. O ir a nadar, montar en bicicleta y mirar las rayas de luz que se mueven en el fondo. O salir a la calle, oler el barro mojado por la lluvia y recordar que una vez estuve en un pueblo de Laos que olía exactamente así. O sentarme debajo de un árbol mientras  LG y SG duermen en el coche y mirar el movimiento de la ciudad.


Hace unos días completé otro de los ejercicios (el número 10: “No puedo parar de pensar en esto”) y me di cuenta de que mi manera de ser persistente cambió. Ando con la cabeza recargada pero me olvido de todo enseguida. Desde los  embarazos veo que mi  cerebro dejó de retener información, los pensamientos llegan y caen al vacío, como en una cinta transportadora que va hacia la nada. Por un lado, qué bueno, bravo, no hay tiempo para los pensamientos invasivos. Por otro lado, siempre alguno se mete por la rendija. Y últimamente un pensamiento que aparece mucho es el de la productividad. Me pongo muy en modo “quiero hacer todo y quiero hacerlo ya” y no sé si me termina de gustar. Por ejemplo (no sabía si contarte esto para que no suene a venta encubierta, pero te lo cuento igual porque va más allá de eso, para que veas cómo caigo en mis propias trampas): hace poco soñé demasiado y no descansaba muy bien. Fue una inversión alta de adrenalina. Cuando llegaron y los vi me angustié un poco. Son demasiados, pensé. No voy a ser capaz de descansar nunca. (Esa noche LG tuvo insomnio así que nos hicimos compañía): que me voy a clavar con mis sueños, que para qué me pregunto de nuevo esto, que no es momento de hacer estas inversiones de tiempo , que voy a tranquilizarme y bla bla bla. Al día siguiente encontré un huequito de tiempo y escribí al respecto. Y lo primero que me dije fue BASTA. Basta, Andrea, no tenés que soñar todo a la vez en un día. Vos misma siempre decís que los sueños son como los libros  un producto súper slow. Basta de dejarte influenciar por la falsa velocidad de las redes. Todos los días tengo que recordarme a mí misma que lo que más quiero es volver a la lentitud.


Pero qué tema este de la hiperproductividad. No sé lo que quiero pero lo quiero ya. O sí sé: quiero todo. Quiero criar y también trabajar y también nadar y también soñar para ayudar, escribir libros y journalear y viajar y dormir, ante todo dormir. Y de paso tener buenos vínculos con las personas que me rodean, sanar heridas del pasado, hacer terapia, meditar, buscar espacios de silencio, cuidar mi cuerpo, comer bien, leer muchos libros, ir a la naturaleza y salir en la bici y escuchar podcasts y tantas cosas más. Al respecto, estoy leyendo (muy lentamente) el libro Slow productivity de Cal Newport, que te recomiendo junto con sus otros libros (Deep Work y Digital Minimalism). Recién lo empiezo, pero me parece muy interesante ver cómo “la productividad” se convirtió en un objetivo laboral, cuando en muchos casos ni se sabe bien qué implica ni qué resultados da. Lo bueno lleva tiempo. Hacer algo de calidad lleva tiempo. ¿Te acordás de la historia del bambú? El bambú crece unos 90 centímetros en un día, y si bien parece que ese crecimiento fue de un día para el otro, la semilla necesitó cinco años para brotar y generar un sistema subterráneo de raíces que le permita sostenerse. Si en esos cinco años no hubiese recibido cuidados, la semilla no hubiese germinado.


A veces esa necesidad de hiperproductividad me hace preguntarme para qué escribo estas cartas. Son gratis, e incluso pierdo tiempo que les dedicaría a mis hijos y hacerlas me lleva a pensar demasiado,

pero las necesito (a estas cartas) porque me obligan a sentarme a escribir. Si pensara de esa manera (hora = plata) entonces tampoco debería soñar, porque no hay nada que dé menos placer  por hora que escribir un libro. Pero escribir me resulta tan necesario, que me gusta tener esta cita mensual. Y vuelvo a lo de antes: necesito escribir por una cuestión de salud, tanto física como mental como espiritual.


¿Y vos? ¿Qué te aporta la escritura? ¿Por qué lo hacés? ¿Por qué no? ¿Y qué hacés cuando te das cuenta de que estás demasiado mental?


Esta carta fue un poco catártica, pero es lo que necesitaba esta vez. Mejor la mando antes de empezar a preguntarme qué fue lo que hice y borrar todo. Y, antes de despedirme, te dejo algunos ejercicios del libro nuevo que compre:


Ejercicio 10. No puedo parar de pensar en esto. Es normal, todos tenemos pensamientos que no podemos sacarnos de la cabeza. Así que, en vez de tratar de apagarlos, dejalos por escrito acá. No hace falta que tengan un orden o lógica, solo dejalos salir.


Ejercicio 28. Movete. Salí a caminar o a andar en bici, nadá, hacé estiramientos, lo que sea que te haga mover el cuerpo. Volvé y escribí acerca de la experiencia.


Ejercicio 29. Huele raro. Identificá tres olores que hayas sentido hoy o recientemente. Escribí acerca de los recuerdos que tengas asociado con alguno (o con todos).


Un abrazo y hasta el mes que viene.



Andrea

Contadora de buenas historias.

Polaroids para frenar el tiempo

Un mes onírico y oracular. Encontré un 8 de trébol. Comence con mi Podcast




 Carta #10:

Hola desde Essen


¿Cómo estás? Por acá es una primavera húmeda y ventosa. Hace unos días salí en la bici y tuve que frenar para que  pasaran dos personas mayores de edad. Durante esos minutos volaron un montón de hojitas secas y lo sentí como un momento muy American Beauty de la bolsa de plástico flotando en el viento. Después seguí pedaleando y me empezó a granizar en la cara. Hace varios días que no para de llover.


Me siento más presente que antes y eso me gusta. Estoy cambiando ciertos hábitos de los que no podía desprenderme. Ya no duermo con el teléfono al lado de la cama, para que no sea lo último que miro antes de ir a dormir y lo primero que miro cuando me despierto (lo dejo cargando en la sala de mi casa). Quizá no parezca un dato importante, pero en mi batalla personal contra el uso excesivo de pantallas, me parece un gran avance. Lo bueno de tener el teléfono lejos es que, si no lo veo, me olvido de su existencia, y eso me ayuda a invertir mi poco tiempo libre en otras actividades, como leer, journalear, escibir  y aprender aleman. El tiempo sin teléfono me parece un tiempo más ancho, más lento, más tranquilo. Me siento más consciente de mis elecciones, lo cual no quiere decir que de vez en cuando no caiga en las garras de Instagram o youtube —o de webs de papelería japonesa… ejemplo—, pero ya no tanto como antes.


Últimamente veo el paso del tiempo como nunca. Mi bebé ya casi camina. Fui testigo de cómo en pocos meses aprendió a darse vuelta, a sentarse, a arrodillarse, a gatear y a pararse solo. ¿Qué cambios habré tenido yo en estos meses? ¿Si alguien me hubiese observado de cerca, con la misma atención que yo observo a LG, a qué conclusiones llegaría? (me guardo la pregunta para journalear al respecto más tarde). Ahora sí que veo cómo el tiempo avanza y no frena, como un viento que sopla siempre en la misma dirección. A veces me parece que hay días en los que no pasan cosas, pero después me siento a journalear y digo ah, pasó de todo, por más mínimo que sea. Un highlight de mi mes es que tengo una nueva adquisición (y ahora entiendo clarísimo por qué): en mi afán de querer frenar el tiempo aunque sea por unos segundos, me compré una cámara estilo polaroid (la Instax sq6 de Fujifilm, que saca fotos cuadraditas). Me hace acordar a cuando sacaba fotos con cámara analógica, hace muchos años. Todavía tengo algunas fotos impresas de esa época: una gata acostada en la vereda jugando con sus gatitos, tres reposeras sin personas en una orilla, la vista al mar desde un monte. Si las miro hoy, esas fotos me cuentan una historia, me hablan acerca de lo que me interesaba, acerca de lo que miraba y me llamaba la atención. Si miro ahora las 10.000+ fotos que tengo guardadas en mi teléfono no siento el mismo efecto. No hay síntesis, me siento abrumada. ¿Quién tiene tiempo de mirar 10.000 fotos? ¿Por qué sacamos tantas fotos?


Con la Instax nueva, en cambio, saqué muy pocas fotos, pero siento que parte de la gracia de tener una cámara instantánea es esa: pensar la foto, buscarla, preguntarme si realmente quiero gastar el poco papel que tengo en esa imagen (cada rollo trae 10 fotos y termina costando casi un euro la foto). Cuando veo algo que quiero fotografiar, me pregunto: ¿pagaría por esta foto?, y eso ya me sirve de filtro. Y pienso que quizá ahí esté la clave, no en lo que queremos que nos paguen por hacer, sino en lo que nosotros pagaríamos por hacer (en este caso, por fotografiar, y también, por qué no, por escribir). “¿Pagaría por escribir este texto?” sea quizá una buena pregunta para darnos cuenta de qué es lo importante y en qué sí pondríamos nuestro tiempo de escritura.


Hablando de polaroids (y nada que ver con nada), una vez tuve un sueño al que titulé “Polaroid de sueños anteriores”, porque fue como en escenas, y al final de cada escena aparecía una persona mostrándome una foto polaroid que me resumía el sueño anterior. Me acuerdo que escribí acerca de eso para un taller de escritura creativa que estaba cursando, fue hace como 6 años, y ahora que tuve una foto polaroid en la mano me acordé. Este mes lo siento muy onírico. Volví a soñar (o a recordar mis sueños) después de mucho tiempo. Soy una persona que sueña mucho, tengo cuadernos de sueños y debo tener más de 150-200 sueños escritos desde hace unos 10-15 años, pero durante el embarazo solo soñé dos veces , y los primeros meses de posparto soñé pero no me acordaba de nada cuando me despertaba. Ahora estoy empezando a recordar. Soñé que tenía una reunión familiar y todos traían frutas de regalo. Había un aragután de 43 libras esterlinas. Soñé que me subía a un barco para ir de visita a Colombia (un shopping en Medellín, muy cerca de donde crecí) y terminaba en un país árabe. Soñé que estaba en el Caribe y me olvidaba de ir al mar. Soñé que mi mamá se robaba un cochecito de la marca Stella McCartney. Soñé que un ascensor me dejaba en Berlín en los años 60. Soñé que volvía a casa por un camino de tierra y que había mucha gente adentro porque mi casa era de bar. Soñé que aparecía en un negocio japonés y la dueña me regalaba un pañuelo haciendo una reverencia, yo hacía una reverencia también y agarraba el pañuelo con dos manos. Soñé que una amiga me mandaba sus cuadernos por fax.


También siento que este mes hay como un oráculo en el aire, porque todo el tiempo encuentro mensajes random en lugares inesperados. Por ejemplo, hace unos días me llegó un mail y cuando leí el asunto medio rápido vi “A new Aniko Villalba is available” (entremedio decía “tax invoice”, pero algo de mi cerebro se salteó esas palabras). Una amiga de cuba me mandó un mensaje que decía “este es el mar que usan los chicos debajo de su futón” (quizo decir “mat”, pero me gusta mucho más la versión “fallida”). Además, encontré un 8 de trébol en la calle, y hace mucho que no encontraba naipes tirados por ahí. Al parecer (acabo de googlear), el 8 de trébol es una carta muy favorable en la cartomancia: representa la buena suerte y las oportunidades (“es una carta que nos anima a confiar en nuestras habilidades y talentos para lograr nuestros objetivos”).Siempre me gustó sentir que el mundo me tiraba las cartas.


También encontré un oráculo de mi yo del pasado en mi propia casilla de mail. Fue así. Hace unas semanas hice algo que no hacía hace años: subí un post a uno de mis blogs. Nadie me lo encargó y ni sé si alguien lo habrá visto, pero me sentí impulsada a hacerlo. Es un post que forma parte de mi Ruta de las papelerías por el mundo, pero en este caso versión papelerías online (en el PD te dejo enlace). Eso me hizo pensar en cuando blogueaba, y me acordé de que allá por el 2007 tuve un blogspot en el que subía textitos desde el trabajo, cuando todavía estaba en la universidad. Quise verlo pero no podía acordarme del nombre ni la URL, así que se me ocurrió googlear dentro de mi propia casilla de gmail y lo encontré, y en esa búsqueda encontré un email del 2009 que me había mandado a mí misma con el asunto “mis tweets”. Era una lista cortita de cosas que tuiteé en el 2009, o antes, y que por algún motivo me quise enviar a mí misma. Entre los tuits de la lista estaba este: Estambul, la ciudad que me persigue. ¿Será que mi destino está allá?”. Y pensé CHAN. De alguna manera, mi destino (o el de LG, SG,y JG) sí estuvo ahí (ver Carta #8).


Y volviendo a las fotos instantáneas, porque todo se conecta, algo que me gusta mucho de ese tipo de cámaras es que las fotos salen como salen, y las imperfecciones las hacen aún más únicas. Hay fotos que salen movidas, otras sobreexpuestas, otras demasiado oscuras, otras mal enfocadas, otras mal encuadradas, pero no importa, todas fueron intentos y son justamente un reflejo fiel de un momento preciso. Me gusta no saber cómo va a ser la imagen final hasta que se empieza a revelar de a poco: esos segundos en los que el papel pasa de ser blanco a empezar a tener contornos oscuros me parece mágico. Y hay un paralelismo absoluto con la escritura que la autora Anne Lamott menciona en su libro (recomendadísimo) Bird by bird: “Writing a first draft is very much like watching a Polaroid develop. You can’t—and, in fact, you’re not supposed to— know exactly what the picture is going to look like until it has finished developing.” (“Escribir un primer borrador es muy parecido a mirar cómo se revela una Polaroid. No puedes —y, de hecho, no deberías— saber exactamente cómo va a ser la imagen hasta que se haya terminado de revelar.”) Me gusta mucho adoptar esa mentalidad para escribir borradores, y siento que aplica muy bien a los ejercicios de escritura cronometrada. Y, hablando de eso, paso a contarte una novedad que me da mucha felicidad.


Impulsada por ese 8 de trébol empoderador (?) que apareció en mi camino. Comencé con mi Podcast en la próxima carta te contaré más sobre esto.


Antes de despedirme, te dejo tres cosas:


- Una recomendación: el libro Bird by bird - Some instructions on writing and life, de Anne Lamott (está en español).


- Un ejercicio: hacé de cuenta que tu cámara tiene un rollo con una cantidad limitada de fotos. Sacá solo tres fotos hoy, pero elegilas bien (podés sacar una a la mañana, una a la tarde y una a la noche, por ejemplo). Después, si querés, elegí una y escribí al respecto, o escribí acerca de la foto que decidiste no sacar.


- Dos preguntas: ¿cuál es el texto que pagarías por escribir? ¿A vos también te apareció un oráculo en algún lugar inesperado?


Te mando un abrazo y hasta la próxima carta


Andrea.


PD1: el post que te contaba que subí a mi blog es este: Tiendas online de papelería en Berlín y forma parte de mi serie “La ruta de las papelerías” (recorridos por papelerías en distintas ciudades del mundo).


Ya sabés que podés responderme por mail o en los comentarios. Leo todo pero a veces me cuesta responder.

  No sos tu texto

Cuando la escritura nos hace sentir vulnerables. Un pueblo en el que no sabía que también podía perderme. Por qué no te escribí el mes pasado. Somos como una casa de huéspedes.


5 de agosto de 2024


 Carta #11

Hola desde Essen.


En la carta de mayo  te dije que en junio iba a escribirte desde un lugar muy especial, y al final no te mandé nada. Ese lugar especial al que me refería era Cucuron, en Francia, un pueblo ubicado auna hora de Marsella y  en el que fui muy feliz con JG , mi esposo. En el que vivimos por un mes y medio, yendo y viniendo, entre sus montañas y el olor a Lavende. A mitad de junio de este año nos fuimos unos días para allá los cuatro, y cuando pensé en lo que iba a contarte en esa carta, se me ocurrió un inicio que decía algo como:


“Hace 1 mes lleguamos a Cucuron para vivir y tener una pausa de lo caótico que puede a veces llegar hacer Alemania. Estaba agotada y cansada de moverme, pero también estaba cansada de escribir siempre sobre lo mismo, de hablar solamente de viajes. Quería frenar, tener una casa, tener rutinas diferentes, escribir sobre empatía, emigración, paz y amor que tanto le falta a este mundo pero no sabía que pasaba conmigo —o si iba por buen camino— contando mis historias. En ese 2019, en Medellín, mi vida cambio y empecé a transitar un proceso de reconstrucción que duraría varios años. Fue el punto de partida de pasar de ser una adolescente con muchas preguntas por resolver a volver a ser Andrea”. Para esa carta pensé, también, en hacer un mapa subjetivo de Medellín o Cucuron versión 2024 y revisitar esquinas, compartir recuerdos, recordar momentos y reencontrarme con los fantasmas de la que fui hace 10 años, ver cuánto había cambiado el pueblo, la ciudad y cuánto había cambiado yo. Todo eso asumiendo que iba a tener tiempo para escribir (“son nuestas vacaciones”, pensé). Todo eso asumiendo que ahora ya no estoy perdida. Y no lo estoy, al menos no de la manera en la que estaba perdida en el 2018, pero estoy un poco abrumada a veces por la maternidad. Y ya dije que no iba a escribir acerca de maternidad, que ese no es mi tema, pero me cansé de excusarme y ahora mismo el texto me fluye y los dedos van solos, porque se ve que hay algo que no puedo NO escribir, o que necesito escribir, aunque implique perder seguidores (ya no me importa, prefiero que queden las personas que de verdad me quieren leer).


No pensé que la maternidad también iba a ser como un pueblo en el que me podía perder. Un pueblo del que solo había visto mapas, y medio indefinidos, un pueblo del que me habían contado ciertas cosas (“no vas a dormir”) y había asumido otras (“se me termina la vida, empieza otra”). Un pueblo del que siempre recibes críticas no tan buenas de los demás o un pueblo del cual, en realidad, no sabía mucho. O no sabía nada muy específico. Solo sabía, con toda mi alma, que quería ir, que quería ser parte. Y cuando llegué a ese lugar, hace ya casi cuatro año (porque LG cumple un año en pocos días), y (SG ahora tiene tres) recorrí sus calles y abrí un par de puertas, pensé que ya lo había entendido, que el pueblo era eso, tal cual lo veía, y que con algunos itinerarios y recorridos sugeridos iba a estar bien. Pero nada es tan lineal. Cada vez que pienso que sé algo, aparece un desafío nuevo. Cada vez que pienso que salí del “túnel de la maternidad” (como me dijo la amiga de una amiga, que tiene dos hijos y dice que de ese túnel se sale como a los dos años), me doy cuenta de que sigo bien adentro. El problema es que quiero todo: quiero criar, quiero crear, quiero trabajar, quiero nadar, quiero journalear, quiero tener tiempo libre, quiero estar con mis hijos, quiero no hacer nada. Y ahora mismo no puedo. Antes de viajar a Francia, me había imaginado a mí misma escribiéndote la carta del mes pasado frente al mar, en ese pueblo en el que tantas veces escribí frente al mar, pero eso no pasó, porque descubrí que irse de vacaciones con un bebé no es irse de vacaciones. Es más bien hacer un viaje para cuidar a tu bebé en un lugar con otro paisaje (sin las comodidades de tus espacios conocidos y sin babyproofing). Ahora que lo pienso era obvio, pero fue medio shock, mis expectativas eran otras así que tuve que ir descartando pendientes para poder descansar un poquito, por eso no te escribí.


El otro día hablando con mi psicóloga le dije: “Siento que desde que nació SG me deshice, caí en el piso como una pila de huesitos, y ahora me estoy volviendo a armar”. En Medellín en el 2019 empecé a reconstruirme, y ahora en el 2024 me doy cuenta de que me estoy reconstruyendo otra vez, desde otro lado, por otros motivos. De a ratos siento que me alejé de la escritura y que la necesito, pero no como trabajo sino como aliada. Necesito escribir más para mí, necesito hacer mucha catarsis, necesito registrar todo para no olvidarme de estos primeros meses (pero la gran ironía es que no hay tiempo ni energía, así que hago lo que puedo, cuando puedo). Cuando estoy muy cansada me repito el mantra que me compartió una amiga que también tuvo un hijo hace poco: “Hoy no es siempre”. Para lo bueno y para lo malo. Hoy no es siempre. Hay días en los que me siento a escribir y solo puedo poner dos palabras en mi cuaderno antes de escuchar un grito, un llanto, un tironeo, una demanda (o una risa, algo que no me quiero perder). También podría no escribir nada, desaparecer de acá, volver en dos años y decir “durante este tiempo de licencia la pasé bien y también la pasé mal”, pero eso no sería específico, y a mí me gusta lo específico. Y escribir todo esto me hace sentir muy vulnerable y desagradecida y culpable, muy culpable, porque estuve muchos años deseando e intentando llegar hasta acá, y ahora me quejo, pero mi psicóloga me dijo que tenía que compartirlo porque soy humana y no estoy sola. A veces me desespera el cansancio, creo que eso es lo más difícil en esta instancia. Criar con poca ayuda (porque acá no tenemos familia y solo tenemos ayuda si contratamos a alguien) es agotador. No quería hablar de maternidad en estas cartas pero ahora entiendo que es inseparable de todo lo demás. Criar, crear. En este momento todo se entrelaza.


Quizá después de un tiempo encuentre otros equilibrios. Y con esta carta-vómito no busco, por favor, ningún consejo ni opinión ni pregunta ni nada de eso, solo sentirme menos sola, saber que crío en soledad pero acompañada. Saber que en algún momento podré caminar por este pueblo sin sentirme tan perdida, o al menos encontrar un rincón en el que sentarme a descansar un rato.



Sigo esta carta unos días después. Hoy (29 de julio), y una de las cosas que puedo hacer en este día es poder sentarme a escribir. Ya estoy más tranquila que el otro día, me siento mucho mejor. Son mis horas de descanso  y eso me ayuda un montón. A veces son momentos.


Cuando los cuatro dormimos bien, todo se vuelve más fácil. Con descanso todo mejora. Hace unos días, cuando estaba en pleno breakdown, decidí empezar un mini diario de gratitud para anotar, cada día, algo por lo que me siento agradecida. Y funcionó para contrarrestar un poco la sensación de agotamiento, o para recordarme que incluso en el agotamiento pasan cosas hermosas, y no quiero que se me escapen. Lo que anoto ahí suelen ser cosas simples pero muy necesarias: caminé por un barrio al que no iba hacia tiempo, salí a comer pizza con una amiga, fui a nadar, lleve a SG y LG a donde su nuevo amigo, fui al parque con otras mamás y sus hijos, las niños comieron frutas juntos. Es lo simple lo que me trae de vuelta al presente y me recuerda que la vida es siempre un yin-yang.


Y ahora quiero ponerme un poco meta y analizar la primera parte de esta carta. Recién, cuando me releía, pensaba lo siguiente: Escribí eso en un estado muy particular. Hoy, ahora mismo, no me siento así. ¿Qué hago? ¿Lo borro, lo mando igual? Van a pensar que vivo en un estado de queja/desesperación/desorientación constante, pero qué importa lo que piensan. Lo borro, no lo borro, lo mando, no lo mando, to be or not to be.


 Lo voy a mandar pero por un motivo: porque a mí me hubiese hecho bien leer algo así hace unos días, cuando me sentía muy mal, y posiblemente me haga bien leerlo otra vez en unos días, cuando vuelva a estar cansada. Al final la escritura tiene que servir para eso:


para expresarnos, para acompañarnos, para traer lo profundo a la superficie, para demostrarnos que no estamos solos en lo que nos pasa. La vida es demasiado corta para estar escribiendo textos que no nos hacen sentir nada. Me pasa lo mismo con mis otros escritos: si hoy releyera los textos que escribí hace 10 años los mandaría a quemar. Pero ya me lo dijo un maestro de escritura: “A sus escritos uno los ama, después los odia y después los perdona. Son el reflejo de un momento y son lo mejor que pudimos hacer con las herramientas que teníamos”. Creo que aplica a todo lo que escribimos y creamos. Un texto es un texto. Yo no soy mi texto, como dice Natalie Goldberg: You are not your poem. Escribís un texto ahora y quizá te sale triste, y escribís otro mañana y tal vez te sale optimista, y después escribís otro desesperanzado, y otro eufórico, y otro amable, y otro gracioso, y otro ridículo… y así es la vida. Todos salieron de vos, pero vos no sos una sola cosa. Y esto me hace pensar en un poema de Rumi, un poeta sufí del siglo 13, que me gusta muchísimo. Te lo comparto acá. Imagina que lo transcribí a mano en un papel ilustrado y que lo metí en este sobre virtual.


Se llama “La casa de huéspedes”:


El ser humano es una casa de huéspedes.Cada día una nueva visita.

Una alegría, una tristeza, una mezquindad,cierta conciencia momentánea llega como un visitante inesperado.


¡Dales la bienvenida y acógelos a todos!Incluso si son una multitud de lamentos,que desvalija violentamente tu casa. Aún así, trata a cada huésped honorablemente pues puede estar creándote espacio para un nuevo deleite.


Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia recíbelos en tu puerta con una sonrisa e invítalos a entrar.


Sé agradecido con quien quiera que venga porque cada uno ha sido enviado como una guía del más allá.


Y para terminar la que tal vez sea la carta menos planeada y más desordenada de todas, te dejo una propuesta de ejercicio para que escribas un ratito.


 Pensá en el texto que nunca escribiste, o el que escribiste y después tiraste, borraste o rompiste, ese texto que te hace sentir muy vulnerable. ¿Qué decía? ¿Qué diría? ¿Por qué no lo escribís? Este es tu permiso para hacerlo. Aunque sea empezalo. Dejá que te lleve a donde tenga que llevarte. Y después hacé con ese texto lo que consideres. Pero permitite sentir lo que ese texto tiene que hacerte sentir.


Opción B: ¿en qué pueblo estás perdido en este momento de tu vida? ¿O en qué pueblo acabas de encontrar el mapa, el rumbo, la salida?


No sé si te mandaré carta el mes que viene porque voy a estar trabajando para construir uno de mis sueños más grandes incorporadolo con el idioma alemán y, posiblemente, con mucho por aprender y enseñar.  Ya te contaré, si no es en septiembre, en octubre, pero de adelanto te digo que voy a visitar la feria de papelería de mis sueños. Me tomo unos días para crear nuevas memorias con mis hijos a no descansar pero a crear recuerdos juntos.


Hasta la próxima carta,

Contadora de buenas historias

El efecto de escribir con pasión 


 Carta #12


Un proyecto de escritura que me volvió a conectar con lo importante. Elegir un estilo de vida slow (qué es y qué no es). Tres conceptos para bajar la velocidad.


Yuly Andrea Díaz Duque


Hola desde Essen Alemania


¿Cómo que ya es diciembre increíble cierto?

El mes pasado no pude escribirte. Es que, justamente, estuve ocupada escribiendo. Los últimos meses me dediqué casi por completo a un proyecto hermoso y desafiante: me senté a reestructurar mi libro biográfico.


Para mi es un poco divertido sentarme a escribir sobre mis vivencias

¿Por qué? Primero, nunca había escrito con tanta pasión como lo hago ahora, y en el proceso he reído he llorado he recordado y vuelto a nacer de nuevo y me llevó bastante tiempo encontrarle el tono exacto que deseo para el libro: que no parezca lo mismo de siempre que todo mundo escribe sino más bien que te embarques en el, de principio hasta el fin, que no proponga ejercicios, que no sea solamente informativo.


Segundo, tuve que tomar algo tan abstracto como el concepto de “slow life” (del que te contaré más abajo) y bajarlo a 45 elementos concretos que representaran esta manera de estar en el mundo. Y, tercero, tuve que escribir 100 veces el mismo texto.


Alrededor de 100 palabras cada uno. Y si hay algo que aprendí escribiendo es que un texto corto puede ser mucho más difícil de lograr que un texto largo. Irse por las ramas es fácil, llegar a la síntesis es complicadísimo.


Por eso estuve tan enfrascada en este proyecto y no llegué a mandarte carta. Lo que no imaginé era el efecto que la escritura de este libro tendría en mí.


Mi proceso de trabajo fue muy lento. No solo porque tengo mucho menos tiempo disponible que en el pasado, sino porque quise vivir la lentitud en primera persona para ser consecuente con el tema que estaba escribiendo. Si estás acá, tal vez ya sepas de qué va el movimiento slow. Quizá, al igual que yo, escuchaste hablar por primera vez del tema en el 2004, cuando salió el libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré, y los grandes medios empezaron a hablar de eso. Aunque, en realidad, este movimiento cultural empezó mucho antes, y empezó en el mundo de la gastronomía: en 1986, Carlo Petrini lideró una protesta en contra de la apertura de un McDonald’s en la Piazza di Spagna en Roma. Lo slow se planteaba como una alternativa al fast-food (las cadenas de comida rápida) y como un regreso a una alimentación más saludable y natural y a una cocina más lenta. Como curiosidad, SLOW también es un acrónimo que significa: Sustentable, Local, Orgánico y Whole (no procesado). Con el tiempo, lo slow se fue expandiendo a distintos ámbitos (slow fashion, slow gaming, slow cities, slow travel, slow art, slow photography, slow parenting) y tomó distintos significados, pero la propuesta, en esencia, sigue siendo la misma: bajar la velocidad.

“Slow” significa, literalmente, “lento”, pero como concepto va mucho más allá de esa acepción. Quizá una traducción o interpretación más apropiada sea lo slow como lo “profundo” o “consciente”. Cuando hacemos algo de manera slow, lo hacemos con presencia, dedicándole nuestro tiempo y toda nuestra atención. Elegir un estilo de vida slow consiste en bajar el ritmo, salirnos del hiper acelere moderno, disfrutar el presente con todos sus micro momentos de felicidad, preguntarnos qué es lo verdaderamente importante (en oposición a lo urgente) y entender que nunca podremos hacer “todo”, pero que puede ser mucho más enriquecedor hacer menos cosas pero hacerlas en profundidad. Elegir una vida más slow no tiene nada que ver con abandonar la tecnología, ni con irse a vivir al medio de la nada, ni con hacer viajes largos sin fecha de vuelta, ni con aislarse de la vida en sociedad.


 Significa habitar el mundo actual, con todas sus herramientas y propuestas, a un ritmo más humano y más tuyo, sin por eso sentir que te estás perdiendo de algo.


Si bien ahora me resulta clarísimo que intento, de todas las maneras que puedo, vivir de manera slow, me llevó mucho tiempo darme cuenta de eso. Y fue gracias a un libro. En el 2022, mi segundo año de estar en otro país tuve siempre las primera vez. Viajes, comida, idioma, tradiciones, cambio de país entre otras cosas.  Andaba bastante a la espectativa en la vida y, como ya no tenía ganas de visitar museos, ni monumentos, ni atracciones turísticas, me pasé los días  observando, sentada sin rumbo en los autobuses amarillos yendo de parque en parque y de librería en librería. Miraba a los patos y las ardillas durante unas horas y después me encerraba en alguna biblioteca o café a leer una pila de libros en un sofá.


Lo disfrutaba, y mucho, pero también me daba culpa. Y mucha. Era esa culpa de “estoy en Alemania y no estoy aprovechando bien el tiempo”, “no estoy haciendo lo que debería estar haciendo”, “¿por qué no voy a la nieve, o a Berlín, Münich o el cambio de guardia del Palacio de Praga?”. En una de esas tardes, en la sección de viajes de la librería Waterstones de la calle Picadilly, me encontré con un libro llamado The idle traveler. The art of slow travel, de Dan Kieran. Y algo en mi implosióno.


Ese libro fue como un permiso que nunca imaginé que iba a encontrar. El autor hablaba de “viajar lento” (otra vez: que no por eso significa viajar durante más tiempo o sin fecha de vuelta, sino hacerlo con más profundidad) y decía que una manera de hacerlo era dejar de lado las propuestas de la industria turística y, en cambio, seguir nuestros propios ritmos, impulsos e intereses. Viajar lento significa pasar más tiempo en un mismo lugar, experimentar la vida cotidiana de la gente y conectar con lo local (en vez de correr de un “imperdible” a otro). Fue como si alguien me hubiese dicho, cuando más lo necesitaba: “Esta es tu manera de viajar, y está bien. Si te gusta ver librerías, viajá para ver librerías. Si te gusta mirar a los patos, viajá para mirar a los patos”. Ese libro me entendía más que muchas personas cercanas, que seguramente pensaban que me la pasaba desperdiciando el tiempo. Ese libro me ayudó a sentirme orgullosa de mi manera de viajar y a profundizar cada vez más en mis intereses (así fue como años después, o sea hace unos meses, terminé yendo a Francia mi último viaje solo para ver una feria de papelería). Ese libro también tuvo un efecto que duró (y sigue durando) años, porque no solo me motivó a seguir viajando a mi manera, sino que me impulsó a darle forma a proyectos. Algo que probablemente no hubiese creado si no hubiese descubierto el concepto de slow travel.


Pasaron 2 años entre la lectura de aquel libro y la escritura de mi libro , y el efecto de ambas cosas es muy similar. Es como si el libro biográfico me hubiese recordado algo que corría el riesgo de olvidarme con el tiempo: sos slow! Me sentí orgullosa y viví a tu manera.


No es que me haya olvidado de que soy slow, porque es algo que vivo todos los días cuando elijo hacer (y no hacer) ciertas cosas, pero a veces me olvido de no sentir Fobia o culpa por serlo. Además, ahora que tengo hijos, la vida pasó a ser slow pero de otras maneras. Los ritmos, al menos por ahora, los imponen ellos. Para escribir el libro , por ejemplo, aproveché muchísimo las siestas de LG y la guardería de SG. Salíamos juntos con el cochecito, le daba unas vueltas hasta que se dormía, me estacionaba en un banco frente a algún canal o río, o en el parque de turno, y me ponía a escribir en la tablet. Y era como si el se hubiese dado cuenta de que yo necesitaba ese tiempo, porque muchas veces dormía más de dos horas (sus siestas suelen ser de una hora).

En el proceso de escritura del libro apareció otro de esos libros que me cacheteó: Cuatro mil semanas. Gestión del tiempo para mortales, de Oliver Burkeman. A grandes rasgos, el autor dice que todos tenemos, más o menos, 4000 semanas en este mundo y que tenemos que empezar a dedicarle tiempo a lo importante hoy (es la primera vez que resalto una palabra en esta historia). A veces creemos que en el futuro tendremos tiempo, o que estarán dadas las condiciones ideales, o que ya no tendremos trabajo y entonces podremos dedicarnos a eso que realmente nos queríamos dedicar pero, como dice el autor: “Nunca va a llegar el día en el que tengas todo resuelto.


 Nunca vas a tachar todo de tu lista de pendientes”. El Nirvana de las listas vacías es inalcanzable. Por eso es mejor empezar hoy, aunque sea con microacciones: 15 minutos de escritura, dos pausas de lectura al día, una caminata, una comida casera, lo que sea que te haga sentir bien y le de sentido a tus días. Ese libro me hizo poner las cosas en perspectiva y preguntarme a qué quiero (realmente, REALMENTE) dedicarle mi tiempo (¡y a qué no!), sobre todo ahora que tengo menos tiempo para mí que antes.


Y no sé si fue el tiempo, la escritura, mi familia o el libro o Talvez el proceso natural de las cosas, pero siento que por fin algo se ordenó. Cuando mi hijo cumplió un año tuve una sensación como: “Bueno, listo, esta es mi nueva normalidad, ya comprobé que puedo hacer ciertas cosas (y las que ya no puedo hacer no me parecen tan importantes)”. Antes nunca me ponía prioridades, ahora sí. Antes no era tan protectora de mi tiempo, ahora sí. Antes había cosas que me importaban muchísimo, ahora no. Antes hacía cosas porque creía que las debía hacer, ahora no.


Antes sobrepensaba demasiado, ahora no tengo tiempo. Antes no escuchaba a mi cuerpo, aunque me estuviese dando la respuesta a algo, ahora sí. Antes ondulaba entre pasado y futuro, ahora me siento más presente. Y claro que esta ola slow (¿la slowla? perdón XD) se llevó puestas relaciones y trabajos, pero en algún momento iba a pasar. Esto no quiere decir que ahora soy superzen, para nada, sigo apretando el botón del ascensor varias veces cuando no viene, corro para no llegar tarde a lugares, abro la puerta del microondas unos segundos antes de que termine el tiempo, me sigue dando cierto susto y fobia entrar a las redes sociales y ver todo lo que no estoy haciendo, pero tengo mucha más claridad con respecto a lo que quiero y lo que no quiero, y tengo un poco más de paciencia con mis ritmos internos y con los tiempos de las cosas.


A propósito de eso, quiero compartirte tres conceptos (en versión muy resumida) que aparecen en el libro y que me gustan:


- Uno es eigenzeit, una palabra alemana que significa “it’s own time”, “su propio tiempo”, el tiempo inherente o natural de algo. Un jardín que crece tiene su propio eigenzeit, aprender un idioma tiene su eigenzeit, profundizar un vínculo tiene su eigenzeit, escribir un libro también. Cada proceso tiene un tiempo propio y natural que no podemos apurar y, si queremos hacerlo bien, tenemos que aceptar y honrar ese ritmo.


- Otro es memento mori: “recuerda morir” o “recuerda que morirás”. Quizá ya lo conocés. Desde el medioevo en adelante, se representa en el arte con calaveras, un reloj de arena y una flor que se marchita. Es ese recordatorio de que no estamos acá para siempre y es importante empezar a vivir ya.


- Terapia cósmica: preguntarnos ¿cómo se ve mi problema si lo miro desde el espacio? No para minimizar, sino para ponerlo en perspectiva. (Me gusta mucho poner fotos de nebulosas lejanas de fondo de pantalla).


Te dejo una recomendación relacionada con todo lo anterior: el corto World of tomorrow, de Don Hertzfeldt. Me encanta mirarlo una vez al año, cuando siento que me alejo de lo importante. Está en Youtube y dura 16 minutos. Prepara un tecito y disfruta.


Mi libro sale el otro año para mi cumpleaños por Amazon  (¿cómo me aguanto la ansiedad hasta entonces? ja) y el subtítulo va a ser “sorpresa”. Estos son algunas de mis frases personales para estar más presente (no aparecen en el mazo):


hacer sellos de laca (con la velita y la cuchara)


escribir estas cartas

estar con mi hijos

cocinar

decorar

caminar por un bosque

escuchar música en vivo


Bailar


¿Cuáles son los tuyos? ¿Cuáles son esas actividades, detalles o personas que te inspiran a bajar la velocidad?


Te escribo en enero con un anuncio que me entusiasma mucho. Mientras tanto, felices fiestas (o no tienen por qué ser felices, que sean lo que sean) y bienvenido 2025.


Un abrazo y gracias por estar del otro lado.

Andrea


www.contadoradebuenashistorias.de

Contadora de buenas historias

Volver a los fueguitos del inicio de internet

Me cansé de los algoritmos y los bailecitos y de trabajar gratis para las empresas de redes sociales. Empiezo una membresía paga en Substack (acá mismo) porque quiero volver a las raíces de internet.

carta#13

6 de enero de 2025

Essen- Alemania


¡Hola desde Essen! ¡Hola 2025!


Pará… ¿en qué momento pasaron 25 ( v e i n t i c i n c o ) años desde el 2000? Todavía me acuerdo clarísimo (me acuerdo patente) de cuando pasamos de 1999 al 2000 pensando que las computadoras iban a explotar por el famoso Y2K. Hasta recuerdo que cuando dieron las 12 me quedé unos segundos en silencio con la copa levantada esperando a ver si se escuchaba algún cortocircuito generalizado, pero no pasó nada. Capaz que ni sabés de qué te estoy hablando… Este año cumplo 33 y me parece que me estoy poniendo retro.

En fin, voy a empezar esta carta directo por una novedad que me entusiasma muchísimo y en la que vengo trabajando hace bastante: ¡las Cartas virtuales ahora se llaman Postales desde Europa y ahora se expanden!

¿Qué quiere decir esto?

Respuesta corta: durante estos 3+ años de escribir y mandar estas Cartas 💌, varias veces pensé (y me dijeron) que sería lindo escribir algo más seguido, en vez de solo una carta al mes o cada dos meses. Hasta ahora no pude/no quise/estuve enfocada en otras cosas/no me daban los números pero, después de pensarlo mucho, decidí que voy a empezar a publicar más seguido en este espacio, pero ese contenido extra será de un tema en específico,  para tener acceso a un montón de contenido nuevo (y súper lindo): una segunda carta (llamada “Posdata 📮”) a mitad de mes, una “Cajita Snail Mail 🐌 ✨” (virtual), dinámicas journaleras/epistolares, mini podcasts, acceso a todo el archivo y más. Pero eso te lo cuento en detalle abajo de todo. Y no, no voy a cobrar por estas Cartas. Lo pensé bastante y, si bien me llevan muchísimo trabajo y lo hago con mucho amor.

Además de cumplir otro sueño, este año cumplo 17 años escribiendo y trabajando en internet. ¡17! Es casi la mitad de mi vida. Podría decir que este año cumplo la mayoría de edad virtual. Y si bien esta adultez cibernética trae (algo de) madurez y (bastante) aprendizaje, también trae cansancio. Mucho. Cansancio. Siento que, después de 17 años, llegué a un límite con esto de la creación de contenido para internet. No sé si es el efecto oráculo del que te hablé en la carta pasada, el advenimiento de los 33, la maternidad con todos sus movimientos sísmicos, o lo aburridas, efímeras y malas  que me están pareciendo las redes sociales últimamente, pero hay muchas cosas de internet (de la internet actual) que me cansaron. No, no me cansé de generar contenido (o, mejor dicho, de escribir, porque mi “contenido” siempre fue la escritura), ni tampoco me cansé de hacerlo para personas como vos, que lo disfrutan y eligen leerme (gracias ♡), pero sí me cansé, me harté, me asqueé de regalarle mi tiempo y mi trabajo a compañías como Meta2. Compañías a las que un día se les ocurre cambiar el algoritmo y deciden que solo van a mostrar mis posteos si hago bailes graciosos con mi familia (te imaginás), si aparezco señalando carteles en tu pantalla, si edito Reels que cambian de imagen a la velocidad de la luz o si pago para hacerle un “boost” a mis publicaciones (porque si no no las ve nadie). Es como trabajar para alguien que en cualquier momento puede decidir cambiar la cerradura y dejarme afuera de la oficina sin explicación ni indemnización (y que, además, nunca me pagó un sueldo). Me cansé de generar tanto contenido gratis —y con tanto amor, encima, porque sigo siendo una ilusa  que le pone lo mejor de sí a cada cosa que hace— y de ver cómo cae en el agujero negro de Instagram y desaparece para siempre. Me cansé de lo que “supuestamente debería hacer para tener presencia (?) en redes sociales”. Y sé que no soy la única que se cansó, porque esto parece ser la tendencia actual, pero yo hice mi proceso recién ahora. La diferencia es que esta vez no lo vivo como un drama (como cuando me cansé y perdí de vista quién era), sino como una gran certeza: si voy a seguir creando en internet va a ser a mi manera, con mis reglas, a mi tiempo y en un espacio propio. Y parte de ese contenido será solo para personas que realmente quieran leer, porque si no, la ecuación ya no me cierra.

Antes de seguir con este tema, quiero que hagamos un pequeño viaje al pasado reciente.

Cuando empecé a escribir en internet, este lugar era muy distinto (ya me estoy convirtiendo en esas señoras que dicen “porque esto en mi época no pasaba”). Pero es cierto: en mi época, cuando abrí mi primer blogspot, allá por el 2008, no había redes sociales (Facebook existía pero poca gente lo usaba). Internet era un lugar más silencioso y despoblado. Era como una estepa, un paisaje casi vacío. El territorio perfecto para introvertidas como yo que querían compartir sus pensamientos sin salir de su casa.

En aquel entonces, abrirse un blog era como apilar unas maderas, prender un fueguito y esperar a que, de a poco, llegaran personas desde distintos lugares del horizonte a sentarse en ronda para escuchar o compartir historias. Puede que ahora, con la nostalgia del pasado, exagere, pero siento que los primeros blogs fueron como pequeñas tribus. Un blog unía a grupos de personas en torno a un tema que les interesaba y para el que tal vez no encontraban interlocutores en la vida offline.

Eran puntos de encuentro en medio de esa estepa casi despoblada. Lo sé porque lo viví en primera persona. Lo sé porque los comentarios en mis primeros blogs eran lo más. Eran de seres humanos, no de robots. Eran de personas que agradecían, o preguntaban, o compartían. No eran de empresas que querían hacer “link building” o promocionar sus productos de manera encubierta. No eran de bots que generaban spam (como si no hubiese suficiente basura en el mundo físico). No eran de trolls que no tenían nada mejor que hacer y mucho resentimiento guardado. Escribir un blog era un placer (y mucho trabajo, pero no se notaba), y era un medio que te conectaba con un montón de gente interesante. Muchas de mis amistades actuales surgieron gracias a mis blogs (cuando digo “mis blogs” me refiero a mi primer blog entre el 2010 y el 2018, aunque tuve otros).

Con el tiempo, ese paisaje vacío se fue poblando de fueguitos pero también de empresas, que llegaron buscando la latitud ideal en la que poner sus anuncios y, de a poco, la estepa se llenó de carpas que decían patrocinar esos fueguitos. Al mismo tiempo aparecieron las redes sociales, que en un principio parecían un gran invento para poder estar en contacto con nuestros amigos del fuego, pero después nos cortaron las líneas de comunicación y nos empezaron a cobrar para poder hablar con esas personas con las que antes charlábamos sentados en ronda. Los textos de los blogs se fueron acortando y convirtiendo en “listas digeribles” (como si no supiéramos leer), hasta que los blogs quedaron discontinuados y la pantalla se llenó de fotos, videos, GIFs e hipervínculos. Internet se convirtió en un medio predominantemente visual (no sabés la cantidad de veces que alguien me dijo: “Vos lo que tenés que hacer son videos”, y la cantidad de veces que respondí: “Pero a mí me gusta escribir”). Y explotaron las redes y empezó el contenido efímero, los bailecitos, el doomscrolling y los ads no solicitados cada tres posteos.

Si hacemos un fast-forward hasta hoy, enero de 2025, todas las redes sociales parecen ser la misma red. ¿No tenés esa sensación? Todas las redes, la red. Hay videos cada vez más cortos y parecidos dándonos recetas sobre como (no) hacer las cosas. Hay muchísimo contenido original y creativo, pero a veces es muy difícil encontrarlo entre tanto relleno, y es triste ver lo tóxicas que se volvieron las secciones de comentarios. No me pregunto qué pasó, pero sí me pregunto qué pasa y qué pasará con todas esas personas a las que nos gusta escribir textos largos y no nos interesa aparecer bailando, ni hacer Reels, ni entregarnos a los caprichos de los algoritmos o de Marc Zuckerberg (no me sorprendería que un día se descubra que Marc Zuckerberg siempre fue un algoritmo o un holograma creado con IA #plottwist).

¿Qué pasa con quienes queremos reunirnos en blogs como los de antes, escribir largo, leer con calma y tener conexiones y conversaciones más profundas? ¿Nos toca irnos de internet, que ahora parece una rave? Yo creo que nos toca buscarnos otra estepa virtual donde prender fueguitos y volver a reunirnos. Y yo, esa estepa 2.0, la encontré acá en Substack. Más específicamente, en este espacio que bauticé Cartas virtuales.

Siento que tengo que explicar lo que es Substack porque en la comunidad de habla hispana (todavía) no es tan popular como en la comunidad de habla inglesa, donde está creciendo muchísimo. Substack es una plataforma para escritores: es una mezcla entre blog, newsletter, foro y membresía. Así como antes podías abrirte un blog en Blogspot o Wordpress, ahora podés hacerlo en Substack. Lo que distingue a esta plataforma es que lo que publicás le llega directo a la casilla de email de tus suscriptores (estas Cartas virtuales te llegan porque uso Substack), entonces más que un blog es un newsletter. Pero las personas que reciben esos emails también tienen la posibilidad de entrar al posteo original y dejar comentarios, como en los blogs de antes. Por eso, es un espacio híbrido: tiene la intimidad del mail pero también el aspecto social de los blogs. Y, ante todo, es una plataforma pensada para quienes nos gusta escribir largo y nos gusta leer con calma, porque no hay anuncios ni algoritmos. Creo que vino a llenar el vacío que dejó el despoblamiento masivo de los blogs y el límite de caracteres impuesto por las redes sociales. Muchos escritores de habla inglesa están en Substack y tienen comunidades enormes: Margaret Atwood, Elizabeth Gilbert, Austin Kleon, Emma Gannon. Y esta plataforma se parece mucho a los antiguos blogs en otra cosa: la sección de comentarios es lo más. La gente que lee y comenta en las publicaciones de Substack tiene cosas interesantes para aportar, y hay un espíritu de comunidad y de compartir que ya no existe en las redes supuestamente “sociales”. Lo sé porque lo veo en los comentarios hermosos, profundos y sentidos que me dejan en cada carta, y también en otros Substacks a los que estoy suscripta.

Cuando elegí abrirme una cuenta en esta plataforma, en en este nuevo año, lo hice por intuición. Extrañaba la época del blog y sabía que había gente que quería leerme aunque ya no hablara de viajes, pero sentía que escribir largo en redes no era mi lugar (¿quién lee largo en redes? NADIE). Así que, como fan que soy de todo lo epistolar, se me ocurrió esto de mandar “cartas virtuales” (de puro texto, casi sin fotos ni enlaces, lo más parecido posible a una carta real) e, investigando servicios de newsletters, encontré Substack. En un principio, mi idea era que estas cartas llegaran al buzón virtual de quien quisiera leerlas, pero nada más. No imaginé la respuesta que iba a tener, los mails y comentarios que recibiría después de cada carta. Y ahí me di cuenta de que lo que más extrañaba del blog era eso: interactuar, sentirme parte de una comunidad, estar conectada con gente con la que comparto intereses y maneras de ver la vida. Entonces, sí, puede que Substack sea como la versión 2.0 de un blog, pero es una versión más profesionalizada y pensada justamente para quienes escribimos. Y es una plataforma en la que tenemos la posibilidad de, finalmente, cobrar por nuestro trabajo.

Empecé a escribir en internet cuando internet empezaba, y en aquel momento era normal que todo fuese gratis, o al menos yo no me lo cuestioné. Estábamos pagando por conectarnos a una red, ¿por qué íbamos a pagar por el contenido? Internet era una plataforma en la que compartir ideas y conectar con personas afines, y podría decirse que, en un inicio, eso ya de por sí era una recompensa por las horas de trabajo. Así que me sumé a la primera ola, me autoetiqueté “generadora de contenido gratuito” y, desde entonces, me costó mucho desaprender esto de trabajar gratis en internet. Podría decir que me llevó 17 años. Vi cómo las siguientes camadas de blogueros de viajes llegaron a internet con modelos de negocio debajo del brazo y auspiciantes desde el día uno y no tuvieron dudas ni miedo de cobrar por algo que, al final y al cabo, es un servicio (o un entretenimiento, pero en ambos casos en otros ámbitos eso se cobra). Yo, en cambio, siempre me quedé pegada al “si lo hice gratis antes, quién va a pagarme ahora”, y seguí generando y generando y regalando durante años. Ojo, que lo hice con mucho gusto, sobre todo cuando era para mi blog de viajes. Escribir siempre me dio tanto placer que encontré la manera de generar ingresos de manera offline para poder seguir trabajando gratis de manera online. Pero cuando dejé el blog y me volqué a las redes, hace unos años, me empecé a sentir incómoda.

Nunca sentí que las redes fuesen mi lugar. Me costaba mucho leer y responder comentarios, nunca me ha gustado subir historias hablando a cámara, varias veces sentí que generar contenido para redes me alejaba de mis propios objetivos y me robaba tiempo de escritura, y además empecé a sentirme (otra vez) como la chica tímida del colegio, rodeada de extrovertidas populares que me hacían sentir una rara (son mis mambos, I know). Pensé en abrirme un Patreon, pero siempre lo vi más para artistas visuales que para escritores, no quise abrir una membresía en Instagram porque sabía que no la iba a poder sostener, y ahí quedé, medio en un limbo, con muchas cosas por compartir pero sin saber dónde hacerlo.

Y de repente fui mamá. Y mi vida se dio vuelta.

Como ya te conté en otras cartas, para mí la maternidad está siendo algo revolucionario (muy buscada, muy deseada, muy confrontante, muy hermosa, muy agotadora). Desde que tuve a mis hijos me empecé a preguntar qué es lo que de verdad, DE VERDAD, quiero hacer con mi tiempo. Y ahora que ya pasaron 16 meses desde que parí y se me alinearon (un poco) los planetas, me resulta clarísimo: lo que quiero es escribir.

Y ganar plata por eso, también. ¿Por qué es tan difícil decirlo? Parece que cuando queremos dedicarnos a algo artístico y, además, vivir de eso, tenemos que justificarnos. Pero yo ya no puedo ni quiero seguir trabajando gratis, mucho menos para las compañías que manejan las redes sociales. ¿Voy a dejar las redes? Ni idea, no me importa ahora mismo porque la verdad es que tampoco estoy tan activa como para que un “me voy para siempre” haga mucha diferencia. Las usaré y aprovecharé para lo que me sirvan, pero las consumiré cada vez menos. Lo que sí sé es que, de ahora en más, voy a poner mi energía acá, en este espacio, en hacer crecer estas Cartas virtuales. Soy slow y necesito una plataforma slow. Internet ya no es un lugar tan amigable como en los inicios, así que me gusta mucho la idea de tener un espacio privado, íntimo y seguro donde compartir y conversar sin que nos molesten ni que nos interrumpan. Y me encanta poder asegurarte, con total convicción y orgullo, que acá no te vas a encontrar con ningún ad, no habrá algoritmos, no haré bailecitos, no voy a sumarme al formato que esté de moda. Solamente voy a escribir lo que más me entusiasme y me divierta, y voy a mantener siempre el espíritu con el que nació este espacio: escriba lo que escriba, lo haré con honestidad. Si no, ni vale la pena.

Entonces ahora sí, vamos a lo concreto. A partir de hoy, podés convertirte en suscriptor pago de este espacio. ¿En qué consiste?

Si elegís no convertirte en suscriptor pago, nada cambia: seguirás recibiendo las Cartas 💌 del primer viernes del mes en tu email, como siempre, pero ningún otro extra. No tendrás acceso al archivo de Cartas anteriores (a menos que ya las hayas recibido en tu email anteriormente, eso no desaparece).

El primer viernes de cada mes seguirás recibiendo estas Cartas 💌, que además vendrán con una versión en audio leída por mí (a partir de febrero). Tu apoyo será fundamental para que estas cartas puedan seguir existiendo a largo plazo.

El 15 de cada mes recibirás un Posdata 📮, una segunda carta en la que te contaré otras cosas. ¿Qué cosas? No tengo todo definido ahora, y seguramente iré variando mes a mes: a veces serán cartas más personales e íntimas, otras veces más útiles, tal vez amplíe algo que te conté en la carta del mes, o responda en profundidad a alguna pregunta que me dejen en los comentarios. En cada Posdata, además, propondré alguna dinámica o ejercicio para ir haciendo y compartiendo en comentarios a lo largo del mes. Tengo tantas ideas… hasta quisiera ser un punto de encuentro para gente que quiera hacerse amigos por carta. Pero vamos de a poco.

Una vez cada dos meses, en una fecha sorpresa, recibirás por email la Cajita Snail Mail 🐌✨ (ya la amo). Si te gusta mandar cartas por correo, seguramente conocés el concepto de “snail mail”: son esas cajitas que viajan por correo con cartas, stickers, fotos, recortes, objetos y cualquier tesoro que el remitente le quiera hacer llegar al destinatario. Yo replicaré eso pero de manera virtual. Cada “cajita” será un posteo que también te llegará por email e incluirá unas 5 cosas distintas por entrega, por ejemplo: una dinámica o ejercicio de escritura o journaling, algo que me inspira, un mini podcast, una pregunta disparadora, una respuesta, un hallazgo… También estarán abiertos los comentarios para que puedas sumar las recomendaciones que quieras e interactuar con el resto de la comunidad. Esta cajita virtual llegará en un momento sorpresa del mes porque, justamente, el snail mail se mueve sin calendarios. En un principio será un mes sí y otro no, más adelante veré si las hago mensuales.

Tendrás acceso a todo el contenido ya publicado en mis Cartas virtuales (es decir, al Archivo completo).

Y, ante todo, estaremos en contacto directo y serás parte de esta comunidad que, al igual que vos, se siente atraída por lo slow, la escritura, el journaling, la papelería, las cartas, los viajes, lo offline. Más que un conjunto de posteos, mi propuesta va por otro lado: quiero que seas parte de este nuevo fueguito. Un fueguito slow.

Te soy sincera: no empiezo con un calendario de publicaciones ni una estrategia híper armada. Al contrario, quiero ir guiándome por mi entusiasmo y por los comentarios que reciba del otro lado. Abrí mi primer blog con ese espíritu y quiero seguir manteniéndolo, porque mi GPS de escritura siempre fue ese. Y, al igual que con mis primeros blogs, confío en que iré encontrando el camino y la voz de a poco. Esto es algo a largo plazo. Quiero que este espacio vaya creciendo conmigo, con vos, con nosotros. Si de golpe tengo ganas de postear más, lo haré, aunque nunca más de una vez por semana, porque tampoco quiero sobrepostear. Y, ante todo, quiero estar presente. No como en las redes, donde posteaba “por cumplir”: acá quiero estar —y voy a estar— de verdad. Así que empiezo a juntar las maderas para ir prendiendo el fueguito. Cuando estés listo podés venir, pasar y sentarte donde quieras. Esta es mi nueva casa.

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Los viajes de una soñadora


Carta#14


Hola desde Essen
En Kuala Lumpur todo se conecta. Estoy escribiendo mi primer libro, en el que combino todo lo que me gusta: los viajes, lo epistolar, los acertijos, la magia. Te cuento cómo llegué hasta acá.
Yuly Andrea Díaz Duque

14 de febrero de 2025
Essen- Alemania

Hola desde Alemania,

¿Cómo estás? Yo muy feliz de poder compartirte finalmente esta novedad: ya casi publicó mi primer libro donde combinó todo lo que me gusta, mis sueños, mis viajes mi historia, Se llamará Los viajes de una gran soñadora está pensado para leer a partir de los 16 años, y es el primer volumen de lo que, ojalá, será una colección de libros. Es una novela , un relato de ficción: Andrea, la protagonista, es una niña de 9 años que vive en Colombia y, una noche, en sus sueños viaja mágicamente a Europa (atravesando el mundo con mochila en mano en auto, avión y bellos paisajes el fin de una historia el comienzo de otra) gracias al álbum de estampillas¹ que heredó de su abuela materna. Allá se encuentra con su amiga Tippi, china-malaya, y tienen que descifrar juntas cómo funciona el álbum para que Andrea pueda volver a su casa. Entremedio del misterio y los acertijos, Andrea  recorren la capital alemana  y se divierte explorando sus medios de transporte, comidas cultura y templos. El libro estara ilustrado y diseñado y tendrá una estética de diario de viajes increíble.

Me animo a decir que, de todo de lo que escribí, este escrito  es el que más me entusiasma. Lejos. Tal vez pensás que esto de hacer libros tiene que ver con mi maternidad, pero no. Comencé a Escribír Los viajes de una gran soñadora en 2019, cuando todavía no estaba embarazada ni tampoco sabía si algún día iba a poder ser mamá³. Esto es algo que viene de mucho antes.

Hace tiempo que no hablo de “sueños”, porque siento que la palabra quedó gastada y muy ligada a los viajes, pero esto es un sueño con S mayúscula para mí: escribir para ustedes y que mi historia quede plasmada en un maravilloso libro. Un sueño que no me animaba a concretar. No sé muy bien por qué (o quizá lo sé perfectamente), pero era un deseo que siempre estaba ahí y que siempre posponía. A veces me decía: “ya lo voy a hacer, cuando tenga hijos⁴”, otras veces: “ya lo voy a hacer, cuando tenga más experiencia escribiendo” (?), y mi sueño seguía en lista de espera.

Hasta que un día recibí un mail, de editoras de libros, con una propuesta y un título: “Los viajes de una gran soñadora ”. O otro día me susurraron al oído conversaciones con Dios Y, en ese momento, algo se desbloqueó. A veces lo único que necesitamos para empezar es que alguien crea en nosotros⁵.

Este libro fue de los textos que más disfrutó escribir en mi vida. Ha sido un proceso placentero, expansivo, sin tantas vueltas. Si bien planeé el contenido de cada capítulo con ayuda, y cuando me tocó sentarme a escribir me pasó algo que nunca me había pasado con otros escritos (pero que sí me pasa cuando escribo ficción, y quizá ahí está el punto): cerré los ojos, vi la historia en mi cabeza y la fui transcribiendo al papel, como si mirara una película⁶. Por eso quiero que a este libro le vaya bien, porque quiero seguir escribiendo (o transcribiendo) esta historia, que para mí recién empieza y tiene un montón de aristas y ramificaciones.

Como me dijo mi amiga⁷: “Todos los caminos se unen en este libro”. Y tiene razón, en este libro he puesto todo lo que me gusta, lo que me define y lo que quiero seguir explorando por medio de la escritura: las cartas (lo epistolar), las estampillas, los viajes, el agua, los misterios, los sueños la amistad, lo místico, la magia. Sobre todo, la magia.

Hace unos años escribí un post en contadora de buenas historias  mi página web de viajes, que se llamaba “En Europa todo se conecta”⁸. Quise hacer un texto-telaraña mostrando cómo todo en ese viaje había estado conectado (viaje en el que, por cierto, he conocido muchas personas a Dani por ejemplo  y nos hicimos amigas). Anoche, antes de dormirme, pensaba en esta carta y se me vino a la cabeza la frase: “En mi vida presenté todo se conecta”, porque es lo que siento que pasa con este libro. Aunque esta telaraña es mucho más grande, abarca décadas y se sigue expandiendo a medida que escribo. Intentaré empezar a desentramarla.

Y ahora te cuento acerca de Andrea la soñadora.

De chica también fui viajera. No sabía que algún día sería “nómada digital” (ni sabía lo que era una computadora o un celular), tampoco sabía que tendría un blog, ni que viviría en Europa, ni que ganaría plata por escribir acerca de mis viajes. Solo sabía que en las vacaciones, mis papás y yo nos íbamos de viaje. Por eso las esperaba ansiosa cada año, aunque no todos los años viajábamos. Cuando lo hacíamos, solíamos ir a lugares con mar y calor. Nunca conocí la nieve de chica, tampoco fui a la montaña, no viajé por Europa. Lo nuestro era la costa, las islas, las olas.  Mis papás les gustaba viajar en un auto para poder movernos con libertad donde estuviéramos. Íbamos a hoteles o a departamentos, casi nunca hacíamos tours y recorríamos los lugares según nuestros intereses.

Nunca fuimos de hacer “lo que se supone que hay que hacer en un viaje a cierto lugar” y creo que eso me marcó mucho y me enseñó, sin que me diera cuenta, a viajar con libertad.

Durante esos viajes, siempre estábamos en contacto con la gente local. Pasamos muchos veranos en la costa. Todavía me acuerdo de que yo era la más chiquita pero no había quién me sacara del mar. Podía pasar horas adentro del agua con mi botecito inflable o con mi tabla con dibujo de tiburón, jugando con las olas.

Otro verano nos fuimos a fincas paneleras y cafeteras.  Navegamos por ese maravilloso mundo donde aprendí sobre el café y  me sumergí varios días en este laberinto sin recomendaciones ni equipo, solo escuchando la voz de papá y  su amigo Guillermo,  solo con patas de rana y antiparras⁹, y sentí ese olor delicioso del cafe y la panela en el fondo. Todavía me acuerdo de estar allí parada y que Guillermo y papá  me señalara las paneleras. Tendría unos siete años. Pasamos otro verano en Medellín, donde conocí a Karen, una chica vecina con la que después me escribiría cartas durante años. En esas cartas nos mandábamos fotos y nos contábamos las vidas de dos niñas de nueve años.

En los viajes que solía hacer con mi familia  sacaba fotos con una cámara analógica.

Al volver, llevábamos a revelar el rollo y yo elegía las fotos que más me gustaban y las ponía en mi escritorio, debajo de un vidrio, como un museo al que solamente yo tenía acceso. Esas fotos eran pedacitos de nuestros viajes familiares que quería tener siempre a la vista, como pequeñas ventanas a otras realidades o un recordatorio de algo que aún no entendía. Ahora mismo no tengo esos álbumes de fotos cerca para volver a mirarlos (están todos en Colombia), pero me acuerdo de muchas de esas fotos: el mar visto desde un morro, una gata tirada panza arriba sobre el pasto jugando con sus gatitos, una fila de sillas vacías frente al agua, un caracol semi escondido en la arena. Imágenes simples que, sin saberlo, me recordaban lo importante de la vida.

En los cajones de ese escritorio infantil tenía un montón de sellitos, álbumes de stickers, lápices de colores, lapiceros con brillitos y papeles de carta. Todavía tengo ese vicio de colecciónarlos. Cada vez que recibía una carta de mis amigas la guardaba en una caja azul con el resto de mis cartas, y recortaba el sobre para sacar las estampillas, que ponía en otro sobre. Tenía estampillas de varios lugares del país, y del mundo de Canadá, de Estados Unidos, de Europa, de Italia. Las de Europa las comprabamos en una tienda cercana, que a veces vendía al por mayor. Así fui armando una pequeña colección, sin mucho valor comercial (dudo que tenga alguna estampilla de esas que valen miles o millones), pero de gran valor afectivo. Y mandaba cartas, me la pasaba mandando cartas. Me carteaba con Karen , me carteaba con una tía, me carteaba con nenas que conocía por medio de revistas, me carteaba con mi mejor amiga del colegio que vivía a unas cuadras de mi casa. Para mí las cartas eran todo, eran otra ventana al mundo, otra manera de viajar sin moverme de casa mientras esperaba a que llegaran las siguientes vacaciones.

Cuando tenía unos 12 o 13 años, mi tía Gloria y Amanda me regaló un libro de tapa dura, a color, que compramos juntas en la papelería cercana a mi casa. No me acuerdo del título exacto, pero era un libro fotográfico e ilustrado acerca de los grandes misterios de la humanidad. Hablaba de las pirámides de Egipto, los moai de la Isla de Pascua, el Triángulo de las Bermudas, el Lago Ness, posibles avistajes de ovnis, el misterio de la Atlántida y todo eso que aún hoy no tiene una explicación “lógica”. Fue uno de los mejores regalos que me hicieron en mi vida. Yo amaba (y amo) ese tipo de libros, tenía otro que se llamaba algo así como “almanaque de hechos extraordinarios” en el que leía y releía historias de personas que habían pasado a otra dimensión, en mi época universitaria conocí a todo un personaje que solo se metio en un ataul vivo he hizo su propio sepelio solo para ver la reacción de las personas, barcos que desaparecían sin explicación. Me imaginaba viajando a esos lugares, explorando ruinas o ciudades hundidas en el mar, tratando de descifrar lo indescifrable. Mi sueño, en aquella época, era ir a París a ver la Torre Eiffel e ir a Grecia a aprender filosofía¹⁰.

A los 16 años conocí  una mujer en mi universidad muy espiritual , quien luego se convertiría en un personaje lindo de mi historia y que para mí ha sido muy acertiva, y acerca de quien escribí en El síndrome de Europa. La primera vez que me hizo la carta natal, el día que nos conocimos, me dijo muchas cosas que hoy, mirando hacia atrás, se cumplieron: que iba a viajar mucho, que tenía aptitudes para la escritura, que Francia estaba en mi destino, que mis hijos iban a nacer en otro país. Me dijo, incluso, que me costaría mucho tener hijos y que los tendría “de grande”. Recuerdo todo esto porque todavía guardo la grabación de esa conversación y la vuelvo a escuchar cada vez que extraño hablar con ella.

Esa mujer  murió hace más de 10 años pero sigue muy presente en mi vida, en mis recuerdos y en mis sueños (los oníricos). Otra de las cosas que me dijo, y que tampoco me olvidé nunca, es que iba a tener “muchas experiencias soñando ” y “que no tuviera miedo”.

Siempre hablábamos de cosas místicas, de mensajes y señales de los que ya no estaban, de sueños premonitorios, de vidas pasadas. Mi mamá decía que las personas pueden  tener dones y que seria una buena manera de utilizar la escritura como canal para contar esas historias.

Siempre me sentí muy pero muy atraída por todo esto (vamos a llamarlo “lo sobrenatural” o “lo extrasensorial”), pero nunca me animé a explorarlo demasiado, hasta que en el 2018 murió uno de mis mejores amigos y caí en la casa de el por circunstancias mágicas y todos esos temas aparecieron en mi cara otra vez¹¹. Otra de mis grandes contradicciones (además de ser la viajera que ama quedarse en su casa y la minimalista que acumula papelería) es que soy una persona “muy creyente de Dios” pero a la vez vivo experiencias místicas, y aún habiéndolas vivido digo “no sé si será cierto, no sé si creo, pero me pasó esto”.
De ahí que tenga un cuaderno con más de 300 sueños escritos.

No me gustan las películas de terror, pero amo las historias que conectan, y la  dimensiones de mis sueños con personas desconocidas que necesitan ayuda, señales del más allá, sueños con mensajes. Amo todas esas cosas que pasan pero que, como no podemos explicar de manera lógica, quedan catalogadas como “esotéricas”. Y siempre quise explorar esto en la escritura, pero nunca me animé del todo, quizá por cierto miedo (estúpido) a “perder credibilidad” (???)¹².
Entre el 2010 y el 2011 hice un viaje largo. Tenía 21 años.

Hablando de sueños, ese había sido mi gran sueño viajero de toda la vida: conocer Europa. Me encantó el contraste entre tradición y modernidad. Y una tarde de fin de semana conocí a JG, y lo demás es historia.

En ese viaje conocí la papelería de mis sueños. En ese viaje entendí que estaba cansada de quedarme quieta.

En ese viaje entendí que la papelería era algo muy importante en mi vida, era algo que me daba la misma felicidad que hasta entonces me había dado viajar. En ese viaje entendí que quería tener hijos.

En mayo de 2022, más de dos años después de mi primer sueño viajero, estaba en Colombia visitando a mi familia, cuando recibí el email. A lo largo de estos años recibí propuestas para escribir o publicar mis crónicas: algunas que no encajaban con mis intereses ni con mis temas, otras que me parecieron geniales pero que quedaron sin concretarse, otras que eran demasiado buenas para ser ciertas.

Confieso que cuando leí ese email pensé: esto es espectacular, y desde ya digo SÍ, pero seguro que no me vuelven a responder (aunque no lo creas, también hay ghosting en el mundo editorial). Les dije que me encantaba la propuesta y nos conocimos por Zoom.

Unos meses después comencé  a trabajar intensamente en mi meta. Cuando me preguntaron acerca de qué lugar quería escribir en el primer libro, dije sin pensarlo: mi historia, mis viajes, mis caminos.

Quería escribir acerca de esto porque quería volver a viajar, aunque fuese mentalmente, por mis historias.

Lo que empezó siendo, en teoría, un libro de viajes en el que le “mostraría” distintos lugares del mundo a un público joven, terminó convirtiéndose en una novela de mis aventuras con misterios, conflictos, acertijos y descubrimientos. Ellos me guiaron de la mejor manera que hubiese podido pedir y me ayudaron a sacar algo que yo sola no me animaba a desplegar: “Que tenga más magia”, me repetían. Que tenga más magia. Estaba muy acostumbrada a escribir para adultos y a guardarme todos esos elementos “demasiado” mágicos o místicos justamente por lo que dije más arriba: “si empiezo a escribir de estas cosas, van a pensar que enloquecí y me van a dejar de leer”. ¿Por qué tenemos tantos rollos mentales los adultos? Lo digo por mí pero también por vos, aunque no sepa cuál es tu rollo, estoy segura de que tenés alguno. Es parte de la adultez. Lo malo es que muchas veces esos rollos nos frenan a la hora de escribir con libertad, o de vivir como nos gustaría. No voy a idealizar la infancia, porque no hay nada ideal en esta vida, pero sí hay más lugar para la magia y los misterios. Lo sé porque fui chica y todavía me acuerdo. Y no veo la hora de vivir esa etapa otra vez con mis hijos.

Bueno, siguiendo con el libro. Lo  comencé a escribír en 2019 entre Colombia , Ámsterdam y Alemania. En 2024, cuando estuvo listo, después de muchos meses de trabajo, idas y vueltas, correcciones, relecturas, diseño e ilustración, pasó algo. No voy a entrar en detalles, pero tuvimos que hacer un cambio en la trama: sacar a un personaje y traer a otro. Tuve unas semanas para pensar qué hacer y cómo darle un giro a la historia.

Probé con otros personajes pero eran medio copias del primero, entonces no funcionaban (era como si le hubiese puesto un gorrito y una barba a alguien que ya existía y lo hubiese hecho pasar por otra persona).

Hablé de esto con dos personas en las que confío mucho: JG y K mi mejor amiga de toda la vida. Y los dos me dijeron lo mismo, porque a ellos les pareció evidente antes que a mí: el personaje nuevo tiene que ser tu. Y así apareció la figura y contar mi historia.

Cuando empecé a escribir de mi  como nuevo personaje, todo fluyó. Tenía que ser yo. Y no solo pasó eso, sino que gracias a que escribi sobre mi en  la historia, también me animé a abrir un portal, digamos, hacia algo todavía más mágico. Como te contaba, en un principio este iba a ser un libro “de viajes”, “realista”, “turístico”. Pero después me puse a pensar: si yo nunca viajé de manera turística, ¿por qué iba a darle ese rol a la soñadora Andrea? Que ella también haga viajes interiores, viajes mágicos, viajes espirituales, viajes oníricos, viajes místicos. De a poco, claro. Pero hay tanto que quiero explorar de la mano de ella:  los doppelganger¹³, las médiums, las vidas paralelas o alternativas, otras dimensiones, viajes en el tiempo, los multiversos… Y siento que este es el lugar, esta es la historia. Por eso, más allá de que sea un libro  creo que es un libro para nuestros yo-niños también, para esa parte nuestra que sigue siendo curiosa, que sigue creyendo en la magia y en lo que no se explica de manera racional. ¿Por qué todo tiene que tener una explicación? La gran soñadora soy yo pero también tiene vida propia. Es la Andrea que no se cuestiona tanto las cosas, que viaja y disfruta, que resuelve enigmas, que se fascina por los grandes misterios de la vida.

Bueno, dejo esta carta acá. Y te pregunto: ¿cómo te llevás con la magia?, ¿cuánto lugar le das en tu vida?, ¿es suficiente? Podés contarme en comentarios, escribirme por privado, reflexionar en tu cuaderno o pensar en el tema, si te resuena. Nunca dije algo así de ninguno de mis libros, pero lo digo de este: si te gusta, por favor, leelo, compralo para tus sobrinos, regalalo, recomendalo. Ayudame a seguir escribiendo esta historia. Tengo todo un mundo en la cabeza que quiero bajar al papel y compartir. Quiero que la gran soñadora Andrea siga viajando a otros lugares, tiempos y espacios, reales e imaginarios. Quiero seguir explorando todo eso que no se puede explicar.

Un abrazo y hasta el mes que viene,
Andrea

 Pequeñas celebraciones cotidianas


Carta #15

Salió el sol, ordené mi escritorio, volví a la bici, puse cada cosa en su lugar. Cada vez me siento más parte de esta ciudad. 


Andrea

Martes 11 de febrero




Hola desde Alemania


¿Cómo estás? Yo bien. Muy bien. Salió el sol y eso activó un efecto dominó de bienestar y calma. Me había olvidado de lo duro que es el invierno en este país. No tanto por el frío, porque fueron pocos los días con temperaturas bajo cero, si no más bien por la falta de luz, por esa oscuridad que se estira hasta las 9 de la mañana y vuelve a caer a las 4 de la tarde, por la lluvia finita que a veces no para por días y días, por el viento que desordena las terrazas. Pero bueno, si Alemania tuviese buen clima, esto sería casi perfecto. Así que a aceptar este wabi-sabi que la define¹. Hace unas semanas, un amigo argentino que  vive acá preguntó en un grupo de whatsapp: “¿Cómo están haciendo para sobrevivir a estos días?”. Y creo que recién en ese momento levanté la cabeza, miré el cielo y pensé ah cierto que no veo el sol hace semanas. Ah cierto que eso me afecta. Ah cierto que necesitamos el sol para estar bien. No tuve ni tiempo de darme cuenta: en enero estuve gran parte del mes entretenida con mis hijos, y el resto del tiempo llevando a la guardería a SG y cuidando a LG, y los días se me pasaron sin que me detuviese a mirar el cielo. Pero a fines de febrero salió el sol y, de repente, todo se empezó a acomodar.


Cuando llega ese momento del mes en el que me pongo a pensar qué voy a contarte en la siguiente carta virtual, trato de ver cuál fue el tema recurrente de las últimas semanas, qué fue lo que me pasó, qué pensamientos se repitieron en mi cabeza, qué descubrí o qué me costó. A veces el tema está clarísimo, otras veces va apareciendo de a poco, como una Polaroid que se revela frente a mis ojos. Ahora que miro hacia atrás, veo que febrero fue el mes del orden, el mes de poner cada cosa en su lugar. Lo cual me resulta hasta gracioso, porque desde que nacieron mis hijos me la paso ordenando la casa en loop —a veces siento que NO HAGO OTRA COSA pero la casa nunca se ordena—.


 Hace un tiempo, incluso, empezamos a cantar ese hit latino que todos conocemos (a ver las palmas): ¡a guardar, a guardar, cada cosa en su lugar!² Pero en todo este tiempo no había hecho un “a guardar” para mí, de mis cosas, porque justamente no había tenido espacio mental para eso. Por eso febrero fue, como te contaba, un mes muy efecto-dominó. Una cosa fue llevando a la otra y todo se fue encadenando sin que lo planeara. Yo solo moví algunas fichas y el resto se acomodó solo.


Uno de los eventos más relevantes de mi mes —y quizá te va a parecer una tontería, pero no sabés cómo me cambió todo— fue que me compré una cajonera para organizar mi espacio de trabajo. La situación era esta: en casa tenemos un mini cuartito que uso para trabajar. Es tan angosto que si me paro en el medio y estiro los brazos toco las dos paredes. Ahí tengo mi escritorio, la compu, mis cuadernos, libros y todas mis cosas de papelería (que son bastantes). Está todo encajado como si fuera un tetris y no hay espacio para mucho más. Pero es mi refugio. El tema es que desde que nació LG ese cuartito quedó medio en desuso y pasó a ser, en parte, un depósito. Vivimos en un departamento amplio y chico y no tenemos placard, así que siempre tengo que estar inventando maneras de guardar las cosas (por eso vendo todo lo que no usamos)³. Pero cuando llegó LG


 dejé de tener tiempo para ordenar y vender y trabajar, así que lo más fácil fue que mi cuartito se convirtiera en el espacio para sacar de la vista lo que necesitábamos en el momento. De a poco, entonces, se fue llenando de cajas.


Por otro lado, mi escritorio —el que tengo en ese cuartito— también estaba repleto de cosas, sin un orden particular: papeles y scraps para journalear, washi tapes, sellos, lapiceras, tintas, libros, cuadernos.


 Y sí, qué lindo poder tener todo eso, pero significaba que mi escritorio, más que escritorio, estaba funcionando como depósito de cositas. La mini cajonera que tenía ya estaba tan explotada que no entraba nada más, así que empecé a usar el piso como lugar de guardado. La cuestión es que, si bien en estos últimos meses me senté en mi escritorio a trabajar, nunca me dieron ganas de quedarme demasiado tiempo ahí, entre tanto desorden. Me costaba encontrar huequitos de mesa disponibles y me abrumaba tanta cosa a la vista. Y, como en mi cuartito no tenía lugar, agarraba mis cosas y me iba expandiendo por el resto de la casa, “explotando bombas de papelería”, como dice mi mejor amiga, por la cocina y el sofá. Resultado, si le sumamos a esto una nena que también va agarrando y desparramando cosas por todos lados igual que su madre: la casa era un caos.


Hace unos días, creo que fue cuando salió el sol, estaba parada en mi cuartito y de repente me iluminé: si muevo esta cajonera y la encajo debajo de mi escritorio (gracias Ikea por hacer las cosas tan encastrables) puedo poner otra cajonera, mucho más alta, en este hueco, y aprovechar el espacio vertical para guardar todo lo que tengo suelto. Me pedí la cajonera nueva enseguida y apenas llegó la armé⁴. Después saqué la etiquetadora y le puse una categoría a cada cajón (“sellos”, “stickers”, “washis”) y guardé cada cosa en su lugar. De repente volví a ver mi escritorio vacío y fue como ver el cielo despejado. Juro que emití un suspiro.


 Ah, cierto que los espacios que nos rodean también nos afectan. Y cuando se me ordenó el escritorio, se me ordenó el cuartito y se me ordenó la casa. Creo que ese día entré como diez veces a mi cuartito solo para mirar ese escritorio vacío, listo para recibir ideas nuevas. Sé que caigo en la comparación-cliché, pero creo que mi escritorio representaba muy bien mi cabeza, tan llena y desordenada que ya no podía procesar nada nuevo. Y si extiendo la comparación, creo que en realidad lo que logré hacer, por fin, fue poner en compartimentos los distintos aspectos de mi vida y ordenarme un poco por dentro: cuando SG está en la guardería, yo trabajo, nado o descanso; cuando lo voy a buscar, es tiempo para estar con ellos; los fines de semana son para los tres o para descansar; a la noche cenamos y dormimos (y, si hay tiempo y energía, JG y yo miramos una serie, más abajo te recomiendo algunas). Antes de ser mamá no tenía ningún tipo de estructura: trabajaba a cualquier hora y cualquier día de la semana, así que siento que este es un efecto positivo de la maternidad.


 Que, a pesar del desorden constante, me ordenó. No sé si es que salí del túnel de la maternidad (ver la Carta #12) o es solo una ilusión, pero siento que nos estamos acomodando cada vez mejor.

Por otro lado, hablando de espacios que nos rodean, este año cumplimos cinco años en Alemania. Cuando vinimos pensamos que sería por seis meses, y acá estamos, con dos hijos nacidos acá. Poco antes de quedar embarazada sentí, con mucha fuerza, que quería irme de esta ciudad, que en Essen  ya no había nada más para mí. Cuando quedé embarazada hicimos planes para mudarnos a otro país cuando SG tuviera seis meses y después nació LG y todos esos planes se rieron de mí en mi cara. Yo me río de mí en mi cara, y admiro a las familias que se mudan de país con hijos chiquitos. No hubiese podido sacar la energía para eso de ninguna parte. Además, desde que nació LG, se me abrió otro mundo de Alemania: el de los chicos y la infancia. Y empecé a conocer una ciudad nueva.


Primero, recorrí ese mundo a pie. Cuando SG  tenía pocos meses, me la pasé caminando a orilla de los canales y ríos mientras el dormía la siesta en el cochecito. Después, empezamos a subirnos a todos los medios de transporte público disponibles para ir a distintos puntos de la ciudad, a lugares antes desconocidos para mí donde nos esperaba alguna actividad para chicos y otras madres (a veces padres) en busca de compañía y conexión: clases de música, clases de matronatación, cumpleañitos, playdates en la casa de alguien, cafés con espacios de juego, parques con areneros, museos para chicos. Así me hice amigas nuevas (madres) en una etapa muy solitaria. Así LG y SG se hicieron sus primeros amigos. Así me volví a sentir parte de esta ciudad. Y, hace unas semanas, después de haber caminado juntos y de habernos subido a tranvías, trenes y buses, inauguramos un medio de transporte nuevo: la bici.


Hace ya unos meses que estaba con ganas de ponerle el asientito de atrás a la bici para poder llevarlo a SG  ahí, en vez de andar con el cochecito de acá para allá y llegar tarde y cansada a todos lados. Pero nunca lo hacía, quizá porque me daba un poco de miedo. Una amiga que también lleva a su hija en la bici me dijo: “Esta ciudad está hecha para eso, hacelo”. Así que me animé, aunque en gran parte fue por necesidad. La guardería queda cerca para ir caminando pero yo quería un poco de diversión para ellos así que opté por la bici. Cuando me subí por primera vez con ellos atrás tuve una mezcla de sensaciones: un poco de nervios por meterme en el tráfico, felicidad de poder subirla a mi mundo (amo la bici) y alegría por estar de vuelta en la bici. La extrañé mucho. En esta ciudad, tener bici es como tener auto. Es lo más cómodo y rápido para moverse de un lugar a otro. Las primeras veces que salí con LG fui muy lento, fui reconociendo el terreno, sintiendo la diferencia de peso con el ahí atrás. A cada rato le preguntaba “¿todo bien?” y el me respondía “jaaa” (sí en Aleman), como diciendo “sí, mamá, tranquila, vos pedaleá”. Ahora, después de unas semanas, ya tenemos nuestra rutina de bici.


Salimos casi todas las mañanas a eso de las 8 y vamos viendo la vida cotidiana del mundo en Alemania. El vecino que pasea al perro. El que siguió de largo y camina medio borracho por la calle. El que siempre está haciendo videollamadas en la calle. La que sale a sacar la basura en piyama. Los camiones que pasan a juntar la basura o a abastecer alguna tienda. El padre que sale con su hijo en la bici cargo. Las calles en construcción, porque esta ciudad siempre está en construcción. Los obreros ya nos conocen y lo saludan a LG. Acá es muy normal ver a los nenes en las bicis, ya sea en asientos adelante, atrás o en las bicis cargo. A veces LG o SG me pide que cante, entonces voy tarareando row row row your boat. Le gusta que le cuente las cosas que vamos viendo, y eso me invita a estar presente. Le digo: hay una paloma, hay gaviotas, hay un señor en una bici roja, hay árboles, hay agua, hay un perro, y ella me pide “más, más”. A veces me agarra un poco de road rage y no puedo evitar largarle una palabra al turista que camina por el medio de la calle y no se mueve ni aunque le toque bocina, al de la moto que me pasa finito a toda velocidad, al que hace un giro brusco y me corta el paso sin avisar. Andar en bici por las calles más centrales o concurridas de Essen no es muy idílico, pero una vez que encontrás tu lugar y mantenés el ritmo, todo va fluyendo. Otro wabi-sabi de esta ciudad. A veces trato de encontrar caminos alternativos más tranquilos, y respiro aliviada cuando entramos a calles vacías. Tardamos más, pero no importa, es como ir por ruta nacional en vez de autopista, y el paisaje suele ser más lindo. Y pienso, también, que quizá esto de salir tanto en bici otra vez me está ayudando a sentirme mejor: hago ejercicio, libero endorfinas, se me oxigena la cabeza, reconecto con la ciudad. Creo que es la primera vez en cinco años que me siento parte de un lugar. Me siento habitante.


Bueno, esta fue una carta mundana. Pero al final lo mundano, o lo cotidiano, es lo que más acontece en nuestras vidas. Las excepciones son más marketineras —un viaje, la publicación de un libro, un nacimiento, un casamiento—, pero la existencia es 95% el día a día, las rutinas, lo que se repite, lo que vuelve. Por eso me parece tan importante celebrar lo cotidiano, y es algo que me gusta mucho hacer en mis cuadernos. En una época hasta numeraba esas celebraciones: pequeña celebración cotidiana #1, #2, #3… Te propongo que este mes hagas lo mismo: journaleá y festejá las pequeñas cosas. También te propongo explorar el concepto de wabi-sabi y encontrarle la belleza a lo imperfecto.


 Contame en comentarios, si querés, acontecimientos cotidianos recientes que te hayan hecho sentir bien. Yo, por ejemplo, además de todo lo que ya te conté, pude volver a nadar una vez por semana y volví, también, a sentarme en un café a escribir. Sola. Y me empiezo a sentir más yo.


Ah, te dije que iba a recomendarte series. JG y yo estamos mirando la temporada 2 de Severance (hablé de esta serie en el podcast trunco “En serie”, que quizá Nico y yo reflotemos en algún momento). Estoy mirando la tercera temporada de The White Lotus (creo que la primera temporada sigue siendo mi preferida). En unos días empieza la temporada final de The Righteous Gemstones (amé esta serie aunque me costó entrarle).


Me vi la mini serie El mejor infarto de mi vida en dos días y me gustó mucho, quizá porque admiro todo lo que hace Hernán Casciari (la serie está basada en su libro del mismo título). ¿Tenés alguna serie para recomendarme? Si es de comedia o de ciencia ficción, mejor. No estoy leyendo mucho, pero volveré a hacerlo pronto. Una cosa a la vez.


Un abrazo y hasta pronto,

Andrea